El Servicio Extremeño de Salud (SES) activará desde este viernes, 1 de julio, el Código Ictus Pediátrico, un protocolo de actuación para los centros y los profesionales sanitarios de la región ante casos sospechosos de ictus en niños y adolescentes.

La nueva herramienta ha sido elaborada por un grupo multidisciplinar que atienden esta dolencia en fase aguda en todo el proceso, formado por neurólogos, radiólogos, pediatras, neuropediatras, internistas, intensivistas y médicos de emergencias, y se incorporará al Código Ictus de Extremadura, un protocolo ya vigente desde hace años que no incluía a los pacientes de 1 a 16 años.

El ictus, un trastorno brusco del flujo sanguíneo cerebral que altera de forma transitoria o permanente la función de una determinada región del encéfalo, se encuentra entre las 10 causas principales de muerte en la población pediátrica en países desarrollados, con tasas de mortalidad que varían entre el 7 y el 28% en el caso del ictus isquémico y entre el 6 y el 54% en el ictus hemorrágico.

Alrededor del 80% o de los niños que sobreviven al ictus presentan secuelas neurológicas a largo plazo, principalmente motoras, del lenguaje, dificultad para el aprendizaje y para el desarrollo de funciones cognitivas, así como alteraciones del comportamiento que condicionan la adquisición de independencia en las actividades de la vida diaria.

No hay estudios epidemiológicos específicos pero, según informes del Instituto Nacional de Estadística, en 2017 se registraron en España al menos 205 casos de enfermedad cerebrovascular en edades comprendidas entre 1 y 14 años.

En Extremadura, los datos disponibles apuntan a una media de entre 3 y 4 casos anuales de ictus en niños de 1 a 16 años.

Esta enfermedad en la edad pediátrica es todo un reto diagnóstico y terapéutico, porque, mientras que para el ictus en adultos existen medidas organizativas y protocolos, en el caso de los niños el diagnóstico se puede demorar debido a su escasa frecuencia, la inespecificidad de los síntomas guía en muchos de los casos y la menor concienciación sobre esta patología por parte de los profesionales.

Esto hace que en muchos casos se retrase o se dificulte una posible intervención terapéutica que podría mejorar el pronóstico y prevenir secuelas, algo muy importante porque los tratamientos urgentes que intentan restablecer la perfusión –riego- cerebral son eficaces cuando se usan en un periodo de tiempo determinado, al que se denomina ventana terapéutica, que puede variar entre 4,5 y 8 horas.