LA HISTORIA DE UNA ARTISTA CACEREÑA
La pintora de la gente feliz
Las obras de Cristina Vázquez, de origen extremeño, llenan las paredes de colores y escenas de vacaciones. Con la pandemia, empezó a dedicarse al 100% a pintar y a prodigarse por las redes sociales, donde tiene cientos de seguidores
El tiempo libre, una sombrilla bajo el sol, un chapuzón en el mar, un paseo sobre la arena mojada, la luz del verano... son para muchos momentos de felicidad que Cristina Vázquez convierte en inmortales a través de sus pinturas. «Me encanta plasmar la tranquilidad del verano y cómo nos sentimos en vacaciones», cuenta. Y eso es lo que a ella le inspira y le transmite felicidad.
La playa le queda cerca de Sevilla, donde vive desde hace varias décadas, pero Vázquez es extremeña. La delata su DNI aunque apenas haya vivido en Extremadura. Nació en Cáceres, el origen de toda su familia materna, pero tanto ella como sus hermanos se fueron muy pequeños de la región. La profesión de su madre le llevó a pasar la mayor parte de su infancia en un pueblo de la sierra de Huelva, donde pronto empezó a soñar con la pintura y con el arte. Luego, durante su adolescencia, la familia se trasladó a Sevilla, donde reside en la actualidad. Aún así, tiene muy presente la región y viaja a Cáceres frecuentemente para visitar a la familia y a los amigos que tiene en su ciudad natal.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, Vázquez se encuentra ahora mismo en el momento que siempre soñó: dedicarse cien por cien a pintar a personas felices, aunque ellas mismas ni siquiera sepan que lo son en esos instantes que inmortaliza para siempre. Y en ese sueño han tenido mucho que ver las redes sociales donde la pintora muestra sus trabajos, tanto por Twitter como por Instagram (tiene miles de seguidores a pesar de que ha tenido que empezar de cero tras el hackeo de una de sus cuentas) y a través de las cuales le llegan muchos de los encargos que tiene entre manos. Y no son pocos. «Ahora mismo tengo trabajo hasta abril».
Ha dedicado la mayor parte de su vida profesional trabajando como restauradora y catalogadora en varios museos, pero también ha comisariado exposiciones, ha ilustrado libros e incluso ha diseñado ropa. Llegó a tener una marca de moda durante una década. Y todas esas tareas las ha compaginado siempre en paralelo con la pintura. Pero fue a raíz de la llegada del covid-19 cuando su carrera cambió de rumbo. «Durante la pandemia se acabaron los contratos públicos de restauración y se cerraron los talleres de costura que me cosían, así que decidí que quería dedicarme cien por cien a la pintura».
Comenzó pintando animales, flores y plantas hasta que llegó a la playas, donde ha encontrado su verdadera felicidad. «He ido tanteando y, la verdad, es que es con lo que más disfruto y veo, además, que está gustando. Así que seguiré pintando playas, piscinas y verano hasta que me se me ocurra otra cosa», dice. Todas sus obras actuales son instantes relacionados con la tranquilidad, con el disfrute y con la alegría que capta durante sus propias vacaciones. «Son momentos en los que disfrutamos y creo que la gente añora un poco eso, esa alegría del verano de la que no es consciente en esos momentos, esas ganas de vivir, y por eso quieren tener esos cuadros en las paredes de sus casas. Veo un cansancio y una desazón generalizados y con mis pinturas quiero darle la vuelta a eso. Estoy disfrutando mucho».
Costumbrismo del siglo XXI
Sus obras, además, están llenas de detalles y planos que en ocasiones parecen fotografías. «Algunas son muy pequeñas e intento plasmar gestos cotidianos que yo lo llamo el costumbrismo del siglo XXI, son escenas cotidianas que en el día a día pasan desapercibidas y me gusta poner de relevancia con mi pintura».
Esos detalles que capta en la playa, en ocasiones también los traslada a un escenario de invierno, como una pista de esquí. «Me lo preguntaron una vez, lo hice y empezaron a hacerme este tipo encargos varios clientes de Suiza, sobre todo esquiadores, y no sé muy bien por qué, no conozco a nadie allí. Pero también me gusta, la estética es muy parecida, las vistas desde arriba son similares a las obras de las playas, con las personas pequeñitas», dice.
Le apasiona tanto su trabajo que asegura que no hay día de la semana que no tenga ganas de pintar. «Y ojalá pueda seguir así hasta los noventa y tantos o los cien años», dice recién estrenados los 50. Mientras seguirá dedicándose a los encargos que le llegan -«aunque hay cosas que no puedo pintar y rechazo, como los paisajes o los retratos, no los entiendo si no conozco a la persona»-, y a seguir llenando de arte su particular gabinete de las maravillas, una página web personal en la que lleva años compartiendo muchos de sus trabajos y cuyo nombre se inspira en los gabinetes de las maravillas de la Edad Media «que se consideraban los primeros museos», cuenta.
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