Desde el asalto al Capitolio y tras unas elecciones legislativas en el que el rechazo de los votantes a los candidatos más extremistas lastró los resultados generales republicanos, Donald Trump había empezado a parecer vulnerable, su férreo control del Partido Republicano debilitado. Siempre con cautela para no alienar a las bases más fieles al expresidente, por primera vez en cinco años se empezaba a sugerir que diera un paso al lado, se hablaba de la necesidad de relevo generacional (Trump tiene 76 años), se osaba retarle en la candidatura con que busca su tercera nominación presidencial o, en el caso de medios como Fox News o el 'New York Post', a obviarle e incluso ridiculizarle.

Ahora, y aunque pueda ser solo un espejismo temporal, la histórica imputación del expresidente y candidato ha hecho que prácticamente todo el ejército político y mediático vuelve a cerrar filas y a movilizarse en torno a él. Y hay algunos silencios destacados, como el de los dos principales republicanos en el Senado. Hay algunas declaraciones de reacción tibias, como la de Ivanka Trump diciendo solo “me duele mi padre y me duele mi país”. Y hay incluso alguna voz aislada que le llama a dejar la carrera para evitar ser “una enorme distracción” (palabras que ha dicho el exgobernador de Arkansas y potencial aspirante a la nominación Asa Hutchinson). Pero Trump aparece de nuevo y de momento como líder indiscutible del partido y la voz cuyo mensaje tiene más eco.

Trump lleva ya tres semanas, desde que empezó a aparecer información que acercaba la posibilidad de la imputación, explotándola para llenar sus cofres y solidificar su base de primarias. Ha conseguido una vez más que sus seguidores interioricen el mensaje de que lo que son sus propios problemas legales representan, supuestamente, una persecución de todos ellos, ese “no vienen a por mí, van a por vosotros, yo solo estoy en su camino” que es la descripción que aparece bajo su nombre en la red social Truth Social. Y en marzo su respaldo en las encuestas se ha disparado (11 puntos en una de Fox, ocho en otra de Monmouth) mientras la del hombre visto como su mayor rival, el gobernador de Florida Ron DeSantis, se estancaba.

Ira contra Bragg

A nadie ha puesto más en su diana Trump para atacar su imputación que al fiscal del distrito de Manhattan, el demócrata Alvin Bragg. Y ha sido Bragg sobre quien ha descargado toda su ira el coro de republicanos que desde el jueves hacen eco de las acusaciones de “caza de brujas”, “persecución política” o “uso como arma de la justicia”. Y son conceptos que han usado, por ejemplo, DeSantis, el exvicepresidente Mike Pence y la exembajadora ante la ONU y candidata Nikki Haley.

 “Ha hecho un daño irreparable al país en un intento de interferir en las elecciones”, decía replicando otro de los mensajes centrales de Trump Kevin McCarhty, el republicano más poderoso del país. Y prometía también que “la Cámara de Representantes le hará responsable”, algo que están intentando tres republicanos que presiden comités (a los que la oficina de Bragg ha dado una respuesta contundente este viernes acusándoles de “colaborar con Trump en vilipendiar y denigrar la integridad de fiscales y jueces estatales elegidos).

La imputación también ha servido a Trump para reparar en distintos grados la relación que se había enturbiado con los medios de Rupert Murdoch. Y desde el jueves por la noche no ha habido mayor altavoz para sus consignas que los programas de Sean Hannity, Laura Ingraham y, especialmente, Tucker Carlson.

 “No es buen momento para entregar los AR15”, decía el poderoso Carlson en una referencia a los rifles de asalto. Y es ahora de su boca, o del teclado de la de congresista radical Marjorie Taylor Greene (que ha anunciado que estará el martes en Nueva York en un mensaje en el que añadía “DEBEMOS protestar”), de donde salen las llamadas a movilizarse, no solo políticamente, por Trump.