La ciencia y la investigación están siendo la única esperanza para superar la pandemia mundial del covid-19 que ha desterrado la vida tal y como la conocíamos hasta hace prácticamente un año. «Todas las expectativas y esperanzas del planeta se han puesto sobre el conocimiento científico y la rapidez con la que se ha desarrollado la vacuna se debe a toda la investigación llevada a cabo en las décadas anteriores», destaca Laura Olivera Nieto, física, matemática e investigadora cacereña en Alemania. «Si esta situación deja algo bueno es que la sociedad realmente se convenza de que los científicos y las científicas somos realmente importantes», añade Ana Cuenda, investigadora pacense del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC.

Es la cara positiva, pero la pandemia también ha dado la puntilla a otra conocida realidad: el sesgo de género en la actividad científica. «El covid nos ha dado un palo tremendo a las mujeres profesionales, se han ido más mujeres que hombres al paro y en la carrera científica han sufrido más ellas que ellos porque las mujeres han sido las que han llevado más el peso de la casa, el cuidado de los hijos, de personas dependientes... Es una realidad», afirma Cuenda.

Una brecha que no es nueva en el ámbito de la investigación, pero que pesa mucho. Históricamente ellas recibían un reconocimiento por sus trabajos menor del que merecían y multitud de estudios han redescubierto a muchas mujeres que fueron borradas de los libros de historia aunque realizaron contribuciones claves para la ciencia. «Un ejemplo es el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN de Rosalind Franklin por el que le dieron el Nobel a tres hombres; Watson, Crick y Wilkins», apostilla la ingeniera e investigadora Beatriz García, madrileña descendiente de Garrovillas de Alconétar.

Han estado a la sombra, ocultas, no han sido referentes sociales y eso contribuye a que el peso de las mujeres en las carreras científicas sea más bajo desde siempre. Los estereotipos, la falta de apoyo a la conciliación y una cultura masculina históricamente dominante en la sociedad hacen el resto. «Hay estudios donde se ve reflejado que un alto porcentaje de la población cree que la mujer no sirve para ser científica. Simplemente teniendo ese pensamiento, la labor investigadora de la mujer siempre tendrá menos visibilidad que la del hombre», cuenta Guadalupe Cumplido, doctora en Biociencias e investigadora hasta diciembre en Cicytex y ahora en la Universidad de Extremadura (UEx).

Las estadísticas confirman esa invisibilidad e infrarepresentación femenina. Solo una de cada diez profesionales de la investigación en el mundo pertenecen al sexo femenino. Y en las universidades, según datos de la Unesco, apenas el 35% de los alumnos matriculados en estudios de ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas son mujeres. En la Universidad de Extremadura ellas son una mayoría en las facultades de Ciencias o Medicina, pero apenas suponen el 17% de los matriculados en las escuelas de Ingenierías Industriales de Badajoz y en la Politécnica de Cáceres. «Hoy en día se evidencia una tendencia de las mujeres hacía las ciencias de la salud, pero espero que poco a poco se normalice también que una chica quiera ser ingeniera en telecomunicaciones y trabajar en la Agencia Europea Espacial, como una de mis amigas. Para eso debería haber más jornadas de divulgación en los institutos sobre todo, para concienciar de que estas disciplinas no son solo para chicos», señala Blanca Fernández Tomé, investigadora placentina en el Centro de Cirugía de Mínima Invasión Jesús Usón de Cáceres.

Hay avances, pero la infrarepresentación se mantiene y la brecha incluso se amplía tanto a la hora de acceder al mercado laboral (muy inestable, con pocos recursos e inversión) como en los puestos de responsabilidad. «Hay muchas dificultades que tenemos que superar en la carrera investigadora sobre todo cuando llegas a la etapa posdoctoral, que suele coincidir con la maternidad. Es un mundo muy competitivo y cualquier parón pasa factura. Después están los sesgos (conscientes o inconscientes) a la hora de evaluar candidaturas para proyectos o cargos, o incluso la baja percepción que tenemos de nosotras mismas a la hora de aceptar puestos de responsabilidad. Estas son las principales razones por las que muchas más mujeres que hombres abandonan esta carrera y por las que hay muchas menos mujeres catedráticas, investigadoras principales, directoras de centros de investigación... Pero afortunadamente esta va cambiando poco a poco», destaca la extremeña Elena Pinilla, doctora en Nanociencia e investigadora senior en el Centro de Tecnología Nanofotónica de Valencia de la Universidad Politécnica.

Las iniciativas del 11F

Para luchar contra la desigualdad persistente, dar visibilidad a las científicas ignoradas a lo largo de la historia y a las que están ahora mismo dentro de los laboratorios, crear referentes y despertar el interés por el mundo científico se creó en el 2015 el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, el 11 de febrero, que se está celebrando este mes con distintas iniciativas fuera y dentro de Extremadura.

La campaña ‘No More Matildas’ de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, ‘Conócelas’ de la Asociación Española de Investigación del Cáncer (coordinada por la extremeña Ana Cuenda), el Movimiento 11F (apoyadas por organizaciones extremeñas, como la UEx) son algunas en las que participan las seis investigadoras extremeñas con las que ha hablado este diario. Todas ellas están contando sus experiencias profesionales y personales en colegios e institutos extremeños para mostrar el lado femenino de la ciencia y la tecnología, referentes y despertar vocaciones entre niñas y adolescentes con total libertad y libres de estereotipos. «El talento, el ingenio, la curiosidad, la capacidad de cálculo o de programación no tienen género», destaca Elena Pinilla.

¿Dejará de ser necesario algún día reivindicar el 11 de febrero? «Creo que falta mucho para eso. Se han ido poniendo muchas acciones para que haya igualdad, pero a la hora de la verdad, eso no se ha traducido en una mejora sustancial de la mujer en nuestra profesión. Y el covid nos ha dado un palo tremendo a las mujeres profesionales, como en otras muchas profesiones. Lamentablemente todavía sigue siendo necesario que nos mostremos a la sociedad para que el techo de cristal no exista dentro de unos años, para que la carrera investigadora se iguale entre hombres y mujeres, para mostrar a esas mujeres que están detrás de las batas, contar lo que hacen, cómo han llegado hasta ahí llevando a la vez una vida normal, con hijos, familia, amigos... Todavía falta mucho por hacer», concluye Cuenda.

Guadalupe Cumplido Laso: «La mujer ha estado siempre en la ciencia, en la sombra»

Guadalupe Cumplido Laso: «La mujer ha estado siempre en la ciencia, en la sombra»

Empezó a interesarse por la investigación mientras estudiaba Biología en la universidad extremeña. «Ahí me di cuenta de que tenía que trabajar y enfocar mis estudios para conseguir investigar». Empezó a hacerlo en Badajoz, realizó varias estancias en Múnich, logró una beca nacional para formarse como investigadora, se doctoró en Córdoba y trabajó hasta diciembre en un proyecto del Cicytex. En la UEx se acaba de incorporar como investigadora a un grupo que estudia las células epiteliales del aparato respiratorio.

El camino es largo, pero no se arrepiente. «Ser investigadora es una de las carreras más satisfactorias porque ves que todos tus conocimientos pueden ser aplicados a problemas de diferente índole. Aunque no es fácil, ya que no hay suficientes recursos y además te das cuenta de que si buscas un futuro estable este no es el camino». Y no está habiendo muchos progresos en este sentido. «En los últimos años se ha observado una disminución continuada de la inversión en I+D que no hace más que agudizar la difícil situación del sistema de ciencia, tecnología e innovación».

Esto afecta de igual manera a hombres y a mujeres, pero «la mujer en la ciencia tiene menos visibilidad». Y para que esto cambie, lo tiene claro: la conciliación de la vida familiar y profesional debe ser más fácil. «Las mujeres han estado trabajando siempre en la ciencia, pero desde la sombra», dice Cumplido, que admite que «el camino para llegar hasta donde estoy ha sido más complicado, con más esfuerzos y sacrificios por ser mujer». Aún así, su mensaje es claro para las investigadoras del futuro: «No eres mala madre por investigar, ni mala científica por tener hijos».

Beatriz García Jiménez: «Hacer ingeniería me permitió poder elegir a qué dedicarme»

Es extremeña «de segunda generación». Nació hace 39 años en Madrid, pero sus padres son de Garrovillas de Alconétar y allí ha pasado buena parte de sus vacaciones. De ahí que se haya inscrito para dar visibilidad a las mujeres en la ciencia con una charla en el IES Albalat de Navalmoral de la Mata. Su experiencia es amplia en el mundo de la investigación. «Soy una de las mujeres de ese bajo porcentaje que estudia una ingeniería», cuenta. Eligió Informática y se especializó en Inteligencia Artificial.

Actualmente trabaja en el Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas como investigadora postdoctoral en Bionformática, un campo en el que se emplean técnicas computacionales para ayudar a resolver problemas biológicos. Desde niña siempre le gustó investigar: «tenía un microscopio pequeño en el que lo miraba todo» y tras el instituto logró una beca de introducción a la investigación en el CSIC con la que confirmó su interés por este mundo, que no considera que sea más difícil para la mujer en las fases iniciales, pero sí para formar y mantener sus propios grupos de investigación y para alcanzar puestos de responsabilidad. «No ha sido mi situación, pero sí conozco casos cercanos de discriminación y robo de ideas a mujeres». También cree que es más difícil visibilizar el trabajo de la mujer en la investigación, «no hay más que ver la gran desproporción de premios Nobel y el contenido de los libros de texto». Y para eso, dice, colabora con el movimiento 11F, «para que esto cambie». Para ello también anima a las niñas y chicas a estudiar tecnología, «es el futuro porque te ofrece los conocimientos transversales necesarios para después dedicarte a lo que quieras, yo estoy muy contenta con la decisión que tomé».

Ana Cuenda: «En el papel las oportunidades son iguales, pero no de facto»

Llevaba 12 años en Escocia, dirigiendo su propio grupo de investigación en el Medical Research Council, el CSIC de Reino Unido, y llegó un momento en el que se dijo: «si no vuelvo a España ahora, a lo mejor ya no lo hago nunca». Se presentó a una plaza en el CSIC, aprobó y le concedieron fondos para realizar aquí su investigación. Así que hizo las maletas. En el Centro Nacional de Biotecnología lleva las riendas de un grupo que estudia cómo se desarrolla el cáncer de colon que se produce después de procesos inflamatorios. Sus hallazgos abren la puerta a un fármaco futuro para tratar este tipo de cáncer.

Ana Cuenda siempre tuvo curiosidad por los animales y las plantas, pero el gusanillo de la investigación le empezó a picar por un profesor de Bioquímica, cuando estudiaba Biología en la UEx. Con trabajo, esfuerzo y tesón logró la estabilidad laboral en la complicada carrera científica. «Lo conseguí con más de 40 años, algo que está siendo normal y que ocurre tanto a mujeres como a hombres porque en España hay muy poca inversión en ciencia. Hay gente que lleva toda la vida encadenando contratos inestables, con familia, con cargas financieras y con la incertidumbre de no saber si tu proyecto tendrá dinero el año que viene». Y eso, dice, es aún más complejo para ellas. «La edad media de la mujer para estabilizarse en la carrera científica es mucho mayor. Y cuanto más vas subiendo en la carrera científica, más se va notando la diferencia entre hombres y mujeres. No se puede decir que haya una discriminación, porque sobre el papel tenemos las mismas oportunidades, pero de facto yo no veo que sea un 50-50. Hay situaciones en las que sentimos menos apoyo y menos confianza, también es verdad que ellos se saben vender mejor».

Elena Pinilla Cienfuegos: «La maternidad es mi mayor dificultad, parar pasa factura»

«Ser investigadora es una profesión muy competitiva y cuesta mucho estabilizarse, pero los retos a los que me enfrento cada día, descubrir cosas nuevas y crear algo nuevo es realmente satisfactorio», cuenta Elena Pinilla, que además de ser investigadora senior en el Centro de Tecnología Nanofotónica de Valencia, es la vicepresidenta de la Real Sociedad Española de Física. Su carrera en la investigación comenzó «al revés» de lo convencional. «Primero trabajé en empresas y después volví a la academia. Y ahora estoy en un momento crucial de mi carrera científica».

Su situación profesional en estos momentos es inestable y la mayor dificultad de su carrera «ha sido y es la maternidad», que suele coincidir con la etapa posdoctoral de una investigadora. «Tuve un hijo durante el doctorado y otro en el postdoctorado y esto me ha limitado mucho a la hora de viajar. También para conciliar. La investigación es muy competitiva y cualquier parón pasa factura. Pero he de confesar que casi siempre he sentido que se respetaban mis ideas y mi trabajo profesional igual que el de mis colegas varones».

Dice que quizás lo más duro es luchar contra los estereotipos «que dictan que a nosotras no se nos da bien la tecnología y la ciencia (más allá de biología y medicina)». Y ella los ha roto todos. «Me di cuenta de lo fascinante que es la investigación cuando empecé a trabajar en la empresa Nanotec Electrónica, visité laboratorios de todo el mundo y eso me marcó». A partir de ahí inició su carrera científica y ahora investiga cómo integrar nuevos nanomateriales en dispositivos nanofotónicos para hacerlos más pequeños, pero más robustos y eficientes, como láseres y nanoantenas con aplicaciones en telecomunicaciones o medicina.

Laura Olivera Nieto: «No seguiría en la ciencia si no pensara que hay esperanza»

Cacereña de 25 años, empezó a interesarse por el mundo de la investigación cuando se fue de Erasmus a Estocolmo. «La mayoría de las asignaturas que cursé allí estaban diseñadas para la investigación, en lugar de exámenes a libro cerrado teníamos que realizar extensos trabajos de investigación». Ahí comenzó una vocación que no ha parado. Cuando acabó el doble grado de Física y Matemáticas en Madrid, se formó en Astrofísica ‘Astromundus’ entre Innsbruck, Padua y Roma. En la actualidad realiza en Alemania, con un contrato de dos años, el doctorado en Astrofísica de Altas Energías en el Instituto Planck de Física Nuclear. «Mi área de estudio se centra en observar rayos gamma provenientes del espacio; nos interesan estos rayos porque muy pocos procesos físicos los producen», explica. El futuro, en la carrera de ciencia, es incierto y complejo, pero dice que le encantaría poder investigar en España, «ojalá pueda hacerlo en algún momento, pero hay poquísimas oportunidades y las que hay suelen involucrar peores condiciones que fuera de España». Hay un segundo condicionante al que se enfrentan las científicas: la brecha de género. «Como en cualquier otro campo, en la ciencia también hay una cultura que protege a hombres poderosos y les garantiza total inmunidad. La carrera científica está diseñada a medida para un hombre, blanco, de clase media-alta y con una pareja que se encargue del hogar y los niños. Con un sistema de funcionamiento inestable, en el que se requiere reubicarse cada pocos años se dificulta enormemente la continuidad, no solo de mujeres, sino de personas que no tengan a su disposición un colchón económico». Aún así, asegura que «si no pensara que hay esperanza, y si no hubiera encontrado gente con la que puedo trabajar cómodamente, no seguiría en la ciencia».

Blanca Fernández Tomé: «La falta de visibilidad es el reflejo de los estereotipos»

Tenía 7 años cuando su abuelo, en el campo, le abrió el mundo de la investigación sin saberlo. «Me enseñó cómo era el corazón de un cerdo por dentro y me dijo: ‘Mira, estos son los músculos que bombean la sangre a todo el cuerpo. Increíble poder ver lo que nos hace vivir. Aunque ahora soy más consciente de ello, creo que siempre he tenido la necesidad vital de querer saber más, de sorprenderme con las curiosidades de lo vivo».

Así empezó a descubrir un camino del que ha hecho su modo de vida (tras estudiar Veterinaria en la UEx, hacer un máster, un doctorado y pasar un año en Bélgica) y en el que no cree que lo haya tenido más difícil por ser mujer, aunque sí considera que «queda mucho por hacer» para que el trabajo de ellas sea mucho más visible, algo que «sigue siendo el reflejo de los estereotipos de masculinidad arraigados en nuestra sociedad a través de la educación». Otro factor en contra es la incertidumbre. «En la ciencia, como en otros ámbitos, no se crea un tejido profesional con proyección a largo plazo».

La inversión en investigación en España es muy baja -«siempre mendigando para que suba al 2% del PIB»- y si se investiga más en Extremadura, dice, es gracias al Centro de Cirugía Mínima Invasión de Cáceres en el que trabaja. «Creo que este es el camino; que los gobiernos se centren más en I+D+i y menos en proyectos cortoplacistas». Ahora, además de realizar estudios de investigación aplicada de biomateriales que se llevan a cabo en el CCMIJU, Blanca también coordina un proyecto de colaboración del centro Jesús Usón y el Hospital Infantil de Cincinnati (EEUU), cuyo objetivo es encontrar un tratamiento prenatal de la hidrocefalia.