A las cuatro de la tarde, que es mi hora de estudio y reflexión (profunda) me encontraba cómodamente instalado en mi entrañable butaca orejera cuando apareció Pelín urgiéndome a la levantada pues quería seguir viendo carteles por la Emérita profunda; me excusé con razones médicas, como que los anticuerpos aún no me habían fraguado y no tenía superpoderes (como algunos que han pasado la covid creen), que las vacunas que me han puesto son de efecto retardado e incluso me notaba cansado y con dolor de cabeza. 

Pelín me quitó la mantita de las piernas y el gorrito de la cabeza (indumentaria de invierno) mientras decía: «Si eso son los síntomas cualquier resaca en mis tiempos era mucho peor y el cansancio y dolor de cabeza siempre han sido argumentos de muchas esposas los sábados, de ahí lo de fiebre del sábado noche». Pues nada, que no tuve más remedio que levantarme e irme de barriadas con mi querido amigo a mirar fachadas y tomar nota (porque él no escribe y a mí me llama juntaletras). Tras varios escaparates con ‘Obligatorio mascarilla’, ‘Máximo 20 personas’, algún ‘Se vende’, otros ‘Se alquila’, varios ‘Se busca compañera de piso’ y, en un poste cerca del Albarregas, un curioso ‘No tocar: peligro de muerte’ adornado con una calavera y dos huesos cruzados pero, en esas estábamos, cuando dimos con un curioso y desvencijado cartel del ayuntamiento: ‘Prohibido fijar carteles, responsable la empresa anunciadora’, que supongo significa que el ayuntamiento se multará a si mismo pues está haciendo lo mismo que prohíbe, esto es, fijar un cartel. 

Pero aun siendo este curioso, Pelín detuvo su mirada en otro pegado a una pared de ladrillo y justo al lado de una clínica dermoestética que se anuncia con la foto de una chica; Pelín malicioso, guiñaba el ojo pasando del cartel a la foto de la chica; el cartel ponía ‘Se traspasa’ y, como por el hilo le saco el ovillo de sus pensamientos, le dije: «Bien mirado, Pelín, déjalo que hay ropa tendida».