Vaya, aquí no hay playa, ni carril bici. No hay carril bici porque en Mérida las bicicletas no son ni para el verano ni para ninguna de las estaciones que, como todos ustedes saben, son tres: verano, invierno y la solitaria estación del tren. No hay carril bici ni apenas bicicletas, pero empiezan a proliferar los patinetes que son asaz más dañinos para la circulación por la Bimilenaria. ¿O es que no han ido ustedes a paso de tortuga detrás de un patinete? No soy de los que piensan que lo mejor sea suprimir los patinetes por las calzadas de la Mérida romana o la Roma emeritense, que tanta monta, aunque cuando conducía por sus calles los patinetes me traían de los nervios. Ahora, como me he hecho de la Peña del Trombo, conduzco menos y eso que me evito. Por eso, puedo columpiarme y aseverar que esta cuestión genera tensiones en las calles y en las aceras, sobre todo cuando el que lleva patinete es adolescente incívico (o sea, sin educar).

Como quiera que ese colectivo es numeroso, sus comportamientos son preocupantes pues quien paga el pato casi siempre es el peatón, víctima del incivismo sobre patines. Y después, los minoritarios ciclistas y, a continuación, los conductores. O los esquivas o te atropellan y además quedan impunes; o saltas o te embisten. O brincas o chocas. No digo que sean irresponsables todos, pero unos cuantos, sí. Y a esos no los defienden ni siquiera los ciudadanos comprometidos con el medio ambiente, la sostenibilidad natural y otras zarandajas. Tengo dudas respecto a que los conductores de patinetes se sepan las normas de tráfico, el uso del casco, la velocidad a la que deben circular. Mantengo serias dudas sobre si saben que está prohibido circular por las aceras, mirar el móvil o ajustarse las orejas. Conjugar coches-peatones-motos-patinetes es dilema de difícil solución. Pero las calles de la Augusta Emérita no pueden ser un peligro. Aquí no hay carril, pero sobran patinetes y faltan Policías (locales).