EN MI ATALAYA

En un rincón de la barra del Chinche de Mérida

Rafael Angulo

Rafael Angulo

No hace falta que te cuente ARO que ya estás tardando mucho en nombrar al Chinche como Patrimonio Emeritense de la Posteridad, me lo apunta Pelín que tanto frecuentó sus rincones, tortugas, altramuces y avellanas. Además, me dice mi etéreo amigo, esa barra tiene un sabor especial en un maridaje perfecto entre lo añejo y lo actual, bajo la atenta mirada de los toros de tardes gloriosas y las zamarras de nuestro Atlético de Madrid más pupas que nunca. El Chinche es historia de la Bimilenaria, pero historia de verdad, no esa que con tanta frivolidad, ligereza y superficialidad emplean muchos para tildar de ‘histórica’ una cosa. El Chinche es magnífico, saleroso, estupendo, honra y honor de la Augusta Emerita; el Chinche tiene, en versos Mararos, un encanto especial, una gente alucinante, siempre está en el centro de la capital, por más que el tiempo pase. Y eso sí que es arte. Que sí, me dice Pelín, que puede que la barra (mítica) del Chinche no sea bonita pero convendrás conmigo, susurra mi ilustre fantasma, que tiene lo que en otros sitios falta: ¡Vida! Y esa vida emeritense, que se nos va yendo, la ha ocupado con décadas y galones el Chinche bombeando sangre y labia exquisita desde su barra para los veneros de la eterna ciudad legionaria, desde su peculiar manera de servir.

En una época en la que en los bares todo se parece a todo, en la taberna del Chinche nada era igual y eso que convivimos gentes de todo pelaje y condición sin distinción de trato, en lo único que nos parecíamos en que allí todos los gatos éramos pardos. Y que lo que pasaba en el Chinche, en el Chinche se quedaba. Y, cuál patricio romano, in medio virtus, estaba Angelito, mi entrañable amigo. Pelín iba al Chinche como yo voy a la Sagrada Cena, siempre de frente y con el paso racheado, cogía posición como los buenos toreros en su rincón, cual burladero y afrontaba las cruces de su vida y de su alma, convencido de que todas las cruces son suaves si las sabemos llevar. Y eso, amigo mío, se transmite en el sentimiento… de barra. Olé tus sabores y recuerdos, Chinche, sé que esta columnita te va a molestar pues eres poco amigo de aplausos y vehementes ‘olés’ aunque te los merezcas, pasa que me traicionaría si no te la escribiera. Todo eso y mucho más, Chinche, pasa en esta Mérida de nuestros amores.