TUtna sorpresa para la ciudad. Un festín, aunque doloroso, para la vista. Es algo que sacude la modorra del ciudadano, harto de bisuterías y yermo del arte que acaba de arribar a Cáceres. Impensable era para mí que un día llegara a deleitarme con estos tesoros artísticos, sin moverme de mi ciudad: El Pensador y Los burgueses de Calais, de Auguste Rodin. Ahí es nada. Prodigios que, señoreando el Musée Rodin de París, ahora los puedes paladear en tu plaza Mayor. Dos iconos universales, que están ante tus ojos.

El primero, paradigma del pensamiento. El segundo, perturbador y trágico. Aquél, un hombre que, aterrado y solo, se hunde en la más honda desolación; su montaña de músculos, al límite de sus fuerzas, sufre ahora un hondísimo cansancio, aunque sin dejar de mostrarnos el giro de su torso hercúleo. 'Los burgueses-': seis hombres que, tras su intento de defender la ciudad de Calais, y condenados a muerte, se mueven cual pedazos de naves zozobradas, con gran desesperación y angustia, ante la hora final de sus vidas.

Todo lo dicho cabe en la más real actualidad. Causan estupor las esculturas por su brutal y descarnado simbolismo, inherente a todo hombre desde su creación. De ahí la genialidad de Rodin, que trascendiendo el lugar y el tiempo, fue capaz de encarnar dramas intemporales. Pocas obras de arte han podido reflejar, tan crudamente, el drama, la angustia, la soledad y el dolor de tantos ciudadanos que sufren el zarpazo de una crisis física y moral. La soledad del 'Pensador' está metida en la piel de muchos millones de ciudadanos, sin calor que los arrope y en la soledad más absoluta. El dolor, encarnado en esas manos como garfios, o tapándose el rostro, y la desesperación de los 'Burgueses' están presente en nuestras calles y plazas, en las colas del hambre, o arrebujados en mantas raídas, en un rincón, bajo de un puente, o como esos condenados a vivir en la más triste desolación, sin brizna de esperanza.

¿Puede haber un muestrario escultórico más actual, vivo y palpitante de lo que sucede hoy en buena parte de la sociedad, en este primer tercio de siglo? La misma plasticidad transgresora del artista refleja, con crudeza, la tragedia presente, y es que, más que recrear la sensualidad de la imagen, ahonda en el interior del alma sufriente, y más que perseguir la belleza de las formas, busca la punzada del dolor y el aguijón de lacerantes emociones. ¡Cacereño, ahí tienes un festín para la mente y el sentimiento, frente a esa Ciudad Patrimonio de la Humanidad, en el XXV aniversario de su proclamación!