Cada vez es más difícil referirse a Quentin Tarantino como l'enfant terrible de Hollywood. No porque el director de Tennessee haya abrazado la corrección política o haya renunciado a reciclar con maestría oscuros géneros aparcados en las polvorientas alacenas del tiempo, sino más bien porque la madurez es un hecho consumado para el padre de Pulp fiction. Tarantino cumple hoy 50 años que han dado para una de las carreras más personales de la industria, una cinematografía trufada de violencia, diálogos inteligentes, mujeres fatales, fetiches varios y las dosis necesarias de controversia.

Para dedicarse al cine, Tarantino no escogió el itinerario al uso. Nacido en 1963 en Knoxville (Tennessee), hijo de una enfermera y un actor que desapareció muy pronto de su vida («lo único que tengo que decirle es: 'gracias por el esperma'; tuvo 30 años para buscarme y solo lo hizo cuando era famoso. Es triste»), no acabó el instituto ni fue a una escuela de cine. Su verdadera escuela fue el mostrador de un videoclub donde conoció a uno de sus primeros colaboradores, Roger Avary, con quien escribió su segunda película como director, Reservoir dogs, estrenada en 1992 en Sundance.

La sociedad con Avary se revelaría prolífica e importante para pagar las facturas. De esa pluma bicéfala saldrían los guiones de Amor a quemarropa (Tony Scott) y Natural born killers (Oliver Stone), cuyo resultado horrorizó a Tarantino. Pero las facturas dejarían de ser un dolor de cabeza a raíz del mayúsculo pelotazo de Pulp fiction, Palma de Oro en Cannes y Oscar al mejor guion, categoría en la que repitió este mismo año con Django desencadenado. El desgarbado y disléxico amante del cine de serie B se convirtió casi instantáneamente en algo parecido a una estrella de rock.

NAVEGANDO EN MÉXICO / «Nunca había salido del país y ahora no solo estaba hinchándome a polvos sino que lo estaba haciendo con extranjeras. Cada vez que conocía a una mujer me sentía como Elvis», ha dicho refiriéndose a la época en que empezó a entrar en el circuito de festivales. Desde hace unos meses, sale con la periodista especializada en cine de terror Lianne Spiderbaby. Ambos estuvieron navegando a principios de año en las aguas mexicanas del golfo de Cortés.

El actor, director, guionista y productor es un maestro a la hora de revisar viejos subgéneros y hacerlos suyos. Desde las artes marciales (Kill Bill) al espagueti wéstern (Django desencadenado) y el blaxploitation (Jackie Brown). Y si bien su cine le ha valido un culto solo al alcance de los grandes, la violencia extrema en muchas de sus películas, donde retrata su gratuidad y el absurdo que la rodea, le sigue generando críticas. Y Tarantino está harto de tener que explicarse. «Hay violencia en este mundo y las tragedias suceden. Tenéis que culpar a quienes las perpetran», dijo recientemente, después de que el estreno de Django desencadenado en EEUU tuviera que aplazarse por la cercanía de la matanza en la escuela de Sandy Hook. «Es un wéstern, así que dadme un respiro».