Tras haber sido declarado clínicamente muerto, Andy Warhol (Pittsburg, 1928 - Nueva York, 1987) se recuperó del atentado a manos de Valerie Solanas, frustrada por no haber recibido una gran atención del artista, al que disparó en junio de 1968 en The Factory, el centro creativo de Warhol en Nueva York. A partir de entonces, la vida de uno de los creadores más famosos del siglo XX se sosegó y su obra se volvió más refinada. Los años locos de The Factory habían terminado. A esa nueva época corresponde la producción que exhibe a partir de hoy la Fundación Mercedes Calles y Carlos Ballestero de Cáceres.

La exposición Andy Warhol. The Factory , reúne 41 obras (serigrafías, collages, fotografías y una escultura) procedentes de la colección Atlántica, de Galicia. Con ella, el centro reanuda su actividad cultural después de las obras a las que ha sido sometido en los últimos meses. Y lo hace con una muestra característica del proyecto de la fundación, atendiendo a "autores de horizontes muy distintos, pero con el nexo común de ser exponentes destacados en el panorama artístico de su tiempo", según su director Luis Acha.

ENCUENTRO CULTURAL El comisario de la exposición, Maurizio Vanni, reflexiona sobre la obra de Warhol como "el retrato de un pueblo que estaba conquistando el mundo". Cita la proclama de un alto cargo estadounidense en un encuentro cultural en Italia en 1964, que exclamó que el poder del arte mundial pasaba de Europa a Estados Unidos, gracias, en parte, a autores como Warhol.

Imágenes icónicas como la de Marilyn Monroe o la de la lata de sopa Campbell reproducidas mediante serigrafía, con lo que perdían el valor de obra única, difundieron el movimiento del Pop art fuera de Estados Unidos. Y su mismo autor se convirtió en icono. Su obra refleja la atracción por los medios de masas, la publicidad, el consumo, la fama y el éxito. "No inventó nada. Evidenció la capacidad de los objetos para convertirse en fetiches y a través de ellos contar la historia de un pueblo como el americano", señala Vanni.

La gestión de esa obra se llevó a cabo en The Factory (La Fábrica). Warhol la fundó en 1963 en lo que había sido una fábrica de cabellos. En la década anterior se había dedicado especialmente a la publicidad y allí había encontrado los fundamentos de su obra posterior. En el edificio situado en el quinto piso del 231 de la calle 47 este, recubrió la estructura de papel de aluminio y el suelo de papel de oro. El tono dorado recubría el escritorio del artista y era llamativo un sofá tapizado con piel de leopardo.

Los diarios de la época se hicieron eco del centro y lo situaron como una de las referencias culturales de su tiempo. Allí se experimentaba en cine, en teatro, en música, en arte. "Pero también era un centro de sexo y drogas. Warhol consideraba el sexo como un fetichismo. No lo practicaba. Le gustaba ver las reacciones de los cuerpos, en cada situación extraña que se producía, e iba sumando ideas para obras posteriores", explica Maurizio Vanni. Warhol dirigía, autorizaba quien entraba, qué tenía que hacer. "El lugar era un microcosmos, propulsor de energías porque cortó con la realidad de su tiempo".

LUGAR DE TRABAJO A raíz del atentado, The Factory se transformó en un lugar exclusivamente de trabajo para Warhol y sus colaboradores. De allí salieron las obras que se exhiben en Cáceres. "Entonces intentó recoger su trayectoria artística con un mayor refinamiento, más limpia de color". Pero el elemento lúdico no se perdió. Prueba de ello es la silla eléctrica que preside una de las salas de la exposición, un modelo de los años 30, que se muestra junto a una serie de serigrafías sobre la pena de muerte. "Es una denuncia contra el showbussines que permitía abstraer la idea de la muerte por este procedimiento" al convertirlo en espectáculo.

La exposición recoge una de las expresiones de mayor popularidad de Warhol: sus retratos. Vanni apunta a dos de las figuras que se convirtieron en iconos por la masiva difusión de sus caras warholianas: la actriz Marilyn Monroe y el dictador comunista Mao Tse Tung. Cuando el artista alcanzó fama mundial, numerosas figuras se acercaron a él para que las retratara (jefes de estado, reinas, intérpretes, músicos).

"Gracias a ello se hizo riquísimo, pero a la vez tomó el pelo a sus retratados de un modo inteligente. Al contrario que los artistas del Renacimiento, que mejoraban a sus modelos, lo retratos de Warhol muestran los vicios de sus retratados". En Cáceres se encuentran obras sobre Frank Sinatra, Mick Jagger o Marilyn Monroe; pero también de otra serie que dedicó a transexuales de las calles de Nueva York.

El éxito, la fama que atrajo sobre sí Warhol, provocó también suspicacias entre la crítica. "Sus obras expuestas han tenido más críticas que elogios", señala el comisario de la exposición. Las razones se encuentran en el uso de la serigrafía que hizo el artis- ta estadounidense. "Sus últimas obras ni siquiera llegó a tocarlas, solo las pensaba y otros las ejecutaban". En esto, Warhol emuló a artistas del Renacimiento, que empleaban a otros para que completaran o realizaran las obras bajo sus indicaciones. Uno de esos colaboradores es sobre el que descansa buena parte de la exposición, el italiano Pietro Psaier. ¿Un colaborador? Maurizio Vanni se sonríe. "Para mí, sí existe. Posiblemente no se llamaba así".

No quedan testimonios físicos (fotos, escritos, documentos) de la presencia de Psaier en The Factory. Vanni insiste en que sería un colaborador estrecho de Warhol. Y su firma aparece en parte de las obras expuestas en Cáceres. Otra teoría posible es que la propia Fundación que gestiona el legado del artista lanzara esta idea sobre la inexistencia del colaborador para no depreciar la obra firmada por el propio Warhol. El hecho es que este se rodeó durante su vida de ayudantes. Solo así se explica que entre 1961 y 1962 realizara 5.000 obras. Vanni añade que en el mercado existen 500 piezas de Warhol que "él no tocó".

Sobre el éxito, uno de los valores de la sociedad estadounidense, Warhol encarna una de sus máximas expresiones, y a la vez una de sus más aceradas críticas. El declaró que todo el mundo tiene derecho a sus quince minutos de fama. Y de hecho, bastaba su firma encima de uno de sus retratos para que un desconocido se convirtiera en estrella.

"Ironizó sobre las debilidades de un pueblo que se sentía omnipotente, que se comportaba con arrogancia", dice Vanni. Recuerda, a propósito de un retrato de Frank Sinatra (expuesto en Cáceres), que surgió porque censuraron al artista la exposición de 13 retratos de mafiosos, que fueron puestos en libertad.

Como reacción, Warhol tomó uno de los mitos musicales de Estados Unidos y lo plasmó a partir de las fotografías que le habían tomado durante una detención, es decir, lo retrató como un delincuente. "El jugó toda la vida sobre el filo".