La primera ópera que vi con mi padre (teniendo conciencia de estar viéndola) fue Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, con Alfredo Kraus interpretando al escritor y grabada en el Teatro Colón de Buenos Aires, con su placa dedicada a Arturo Toscanini. El cascanueces y el rey de los ratones fue la primera narración de Navidad que leí: mucho antes de asistir a las desventuras de Mr. Scrooge y a los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras. Kraus saltaba encima de una mesa para remedar al enano Kleinzach, pero luego hablaba de amor. «Il était une fois à la cour d’Eisenach» fue la primera aria que me hizo reír y llorar al mismo tiempo, porque muchas veces la risa es tan solo una manifestación del llanto.

El cascanueces se estrenó en el siglo XIX y es un clásico de estas fechas en todas las ciudades, junto con La bella durmiente o El lago de los cisnes. Clara (o Marie) Stahlbaum, su padrino Drosselmeyer, el cascanueces de madera, el arlequín, el oso polar, el castillo y la caja de música. En medio de todo esto, Alejandro Dumas (el padre, el de Los tres mosqueteros y Veinte años después y El conde de Montecristo) adaptó el cuento y Tchaikovski hizo un ballet con coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov (al que casi nunca se nombra, porque Petipa era mucho Petipa). En todos los países occidentales, se representa en estas fechas. Con o sin hada de azúcar, con o sin príncipe, dependiendo de la versión: Vainonen, Balanchine, Gorsky, Nureyev, Baryshnikov, Bejart: cada uno lo ha interpretado como ha querido.

Es, creo, uno de los pocos ballets que veían los niños en la televisión hace alguna década. Ya no echan ballet en televisión, ni teatro: qué nos ha pasado en este tiempo es algo que no comprendo, porque en teoría somos mucho más cultos que las generaciones pasadas. O eso dicen. A muchos, El cascanueces nos recuerda a la Navidad. También los cuentos de Oscar Wilde y de Hans Christian Andersen. El grupo Saúco ha hecho una versión de uno de los más maravillosos relatos que escribió sobre la diferencia: El patito feo. Sobre la diferencia y sobre el hecho de ser padre, que no viene solo por el hecho de tener hijos: hijos tiene cualquiera (cualquiera que sea fértil, queremos decir): ser padre es otra cosa. La madre del patito feo, por ejemplo, se avergonzaba de él y quería que estuviera lejos del corral. Luego, el cuento es bien conocido, se transformó en un cisne, después de haber estado a punto de morir alguna que otra vez. No es solo la narración de una transformación personal (la adolescencia, por ejemplo). Andersen escribió Pulgarcita también. Ya saben: los padres que quieren tener un hijo y recurren a la magia y la bruja buena les entrega una semilla de cebada y nace una niña, a la que rapta un sapo que quiere que se case con su hijo... Y ahí comienza su aventura en el mundo de las cosas grandes. Es casi la misma historia de Pulgarcito, que popularizaron Perrault y los hermanos Grimm: ellos tres se ocuparon de legar al mundo la historia de La bella durmiente, que es bastante más larga que la versión de Disney y bastante más cruel, como todos los cuentos infantiles: la madre del príncipe que al final se casa con Aurora, se quiere comer a sus nietos (que se llaman Aurora y Día) porque es una ogra. O una mala madre, también, celosa de su nuera y con un cordón umbilical con el hijo que es de amianto: todos conocemos a suegras de este tipo, que llegan a tu casa, te eligen hasta las cortinas y se reprimen porque el canibalismo es un tabú en nuestra cultura.

Los cuentos infantiles hablan de todo esto. En los musicales y en las películas de dibujos animados se edulcoran los argumentos de manera que son casi irreconocibles, como si los niños no fueran crueles o no estuvieran preparados para según qué historias. En la infancia también hay dolor y heridas y miedo y pesadillas, aunque luego llegue Pinturilla y se ocupe de borrarlas y transformar el terror en aventuras de colores.

Ojalá se pudiera hacer eso. Borrar lo que ha sido negro este año, tan terrible para el mundo cultural (desde Bowie a Cohen, pasando por Dario Fo, Amparo Valle, Edward Albee, José Monleón, El Lebrijano, Víctor Mora, Gustavo Bueno... Hasta Muhammad Ali, que no era actor pero le queríamos igual: se han muerto muchos más, pero no tengo papel suficiente para tantos). Los bisiestos tienen mala fama y en este caso, merecida: ojalá el que viene sea de colores.

Ballet ‘El cascanueces’. Royal Russian Ballet. Viernes, 23 de diciembre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

Mehstura. Mujeres del flamenco. Viernes, 23 de diciembre. 21.00 horas. Gran Teatro (Cáceres).

‘Pulgarcita, el musical’. Lunes, 26 de diciembre. 18.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘El feo de la charca’, versión libre de ‘El patito feo’. Lunes, 26 . 18.30 horas. Gran Teatro (Cáceres)

‘Pinturilla y la pandilla vainilla’. Miércoles, 28 de diciembre. 18.30 horas Gran Teatro (Cáceres)

‘La maravillosa historia de la bella durmiente’. Jueves, 29 de diciembre. 18.30 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)