No hay que molestarse en buscar la palabra frantumaglia en ningún diccionario de uso italiano. Solía utilizarla la madre de la escritora a la que conocemos como Elena Ferrante para expresar sentimientos dolorosos y encontrados, y procede del dialecto napolitano. «Tengo una frantumaglia aquí dentro» decía la buena mujer cuando la atenazaba la depresión y las lágrimas pugnaban por salir sin control. Y así ha titulado la autora uno de sus libros más especiales. Una biografía esquinada y fragmentaria que recuerda aquel léxico de la niñez, cuando las lágrimas de frantumaglia aparecían sin que se supiese bien el motivo.

La frantumaglia, publicada hace unos meses por Lumen, recoge diversos materiales literarios, notas, apuntes, fragmentos inéditos, correspondencia, entrevistas y sirve para que sus numerosos fans adquieran una imagen más completa de la esquiva autora, pero también para aquellos que no la hayan leído y quieran hacer una entrada sesgada en su universo.

Claves de su pensamiento

Y así ha quedado el título en todos los idiomas, tal y como explica la escritora y traductora Anna Carreras, que lo considera un apéndice y a la vez un prólogo a La crónica del desamor, la trilogía que reúne El amor molesto, Los días del abandono y La hija oscura y que es previa a su exitosa tetralogía napolitana. «A través de una variedad de temas y personajes, el libro sirve para que entendamos mejor el pensamiento de Ferrante a través de temas como la maternidad, el psicoanálisis, la ciudades-prisión, las mujeres rotas, la política espectáculo o el circo-mediático», explica Anna Carreras.

La identidad de Ferrante, es sabido, se reveló el pasado año después de haberse mantenido celosamente oculta, y el descubrimiento despertó no poca controversia. ¿Era lícita la revelación contraviniendo la decisión de la autora? El periodista Mario Gatti desveló, tras investigar sus cuentas corrientes, que se trataba de la traductora Anita Raja, pero nadie confirmó esa identidad al otro lado y aunque todas las pistas parecen conducir a Raja, lo único que se ha roto es el anonimato, ya que prosigue su ausencia. «Ahora que conocemos su nombre no cambia nada -dice Carreras. Los lectores fieles a Ferrante son como los fans de un grupo de rock. Le exigen calidad se llame como se llame y no la divinizan. Lo esencial es el trabajo realizado. La magia no se rompe con un simple nombre propio aleatorio». Y es que la autora sigue empeñada en no participar en lo que ella misma ha calificado de espectáculo de las promociones literarias. Sus libros van a seguir defendiéndose solos.

Ha habido sin embargo alguna voz discordante. La poderosa crítica del New York Times Michiko Kakutani, que otras veces alabó las ficciones de la autora, se mostró algo más reticente con La frantumaglia. Acusó a Ferrante de que este texto, en el que exhibe sus sentimientos de una forma un tanto vanidosa, así como algunos datos de su biografía -¿verdaderos?, es difícil saberlo si se tiene en cuenta que Ferrante es napolitana y Raja, de origen judío, reside en Roma-, es un tanto incoherente respecto a su firme voluntad de mantenerse en la sombra, porque aquí se airean demasiados datos personales. Carreras rechaza esas críticas. «Creo que no se muestra de una forma distinta en La frantumaglia que en sus otras obras de ficción. Básicamente porque se abre en canal en todo lo que hace. El estilo de Ferrante es único e intransferible: escribe con una gran sinceridad. Con un discurso firme da a entender que el autor es lo que menos importa (...). La contradicción se haría presente si traicionase la verosimilitud, si no redondeara los personajes, si dejara cabos sueltos en la trama. Pero nunca lo hace».

La traductora está convencida de que Ferrante no es solo un fenómeno literario refrendado por el número de ejemplares vendidos. «Es literatura profunda. Tiene talento y crea universos de voz impúdica (...). Hace caber vidas enteras en una novela a base de recuerdos y pinceladas. Ha entendido la novela como un organismo complejo y como una seducción larga, extenuante y placentera». Y esos adjetivos, dice, valen también para definir el trabajo que supone traducirla,