Mañana podemos estar muertos. Puede matarnos el emperador, siempre tan veleidoso, no se sabe si está loco, si es esquizofrénico, si sufría epilepsia y por eso no aprendió a nadar (era parte de la educación de un emperador, aprender a nadar), si tenía hipertiroidismo, si bebió una poción que le hizo perder la cabeza.

Camus le hizo desear la luna y saber que no era tan poderoso porque ni la alcanzó nunca ni los hombres murieron de una vez siendo felices.

El Calígula de Agustín Muñoz Sanz no es el Calígula de Albert Camus: es un drama histórico que reflexiona sobre ciertos modos de ejercer el poder. La pone en escena Atakama Creatividad Cultural, que cumple 18 años en el teatro romano.

El emperador, en Roma, era casi un dios. No era un dios, porque los romanos no lo hubieran permitido, pero el lenguaje ceremonioso que se usaba para dirigirse a ellos era bastante parecido al de las plegarias y, en fin, podía hacer, literalmente, lo que le viniera en gana.

El cabecilla de sus ejecutores lo dijo: No se puede vivir una filosofía sin objeciones.

Calígula, a él, le llamaba ‘nena’. Casio Querea era muy afeminado. Los romanos se acostaban con otros romanos sin pudor ninguno, pero la pluma era otro cantar. También yació con sus hermanas, o eso dicen algunos historiadores, y quiso nombrar cónsul a su caballo.

Solo estuvo cuatro años en el poder. El lema favorito de la moral romana, ‘Comed, bebed y divertíos porque mañana moriréis’ no era un ‘coged las rosas mientras podáis’. No era un “la vida son dos días y uno está lloviendo”. Podemos leerlo como un carpe diem, podemos leerlo literalmente: mañana os puedo matar porque soy el emperador.

Cayo, así se llamaba (Cayo Julio César Augusto Germánico, más conocido por todos como Calígula) transformó el templo de Cástor y Pólux en un vestíbulo para que le adoraran. Se casó cuatro veces: con Junia Claudila, a la que le siguieron, una al año, Cornelia Orestila, Lolia Paulina y Milonia Cesonia, a la que interpreta Paca Velardiez, que dice que Melonia «está dejada de la mano de su marido, aunque tiene la esperanza, por su embarazo, de que él pueda volver a ser el hombre cariñoso que fue un día».

Juan Carlos Tirado es Cayo César.

Juan Carlos Tirado es un hacedor.

Es su primer papel protagonista en el teatro romano de Mérida y es uno de los mejores actores que he visto sobre ese escenario.

Nótese que no he puesto «actores extremeños». Es uno de los mejores actores, punto. Junto a José María Pou, Pablo Derqui, José Vicente Moirón, Rafa Castejón, Esteban García Ballesteros, Héctor Alterio, Asier Etxeandia o Roberto Quintana. Dos catalanes, un extremeño, un madrileño, un argentino, otro extremeño, un vasco, un andaluz de Málaga. Ya está: la visibilidad, el lugar de nacimiento, el sitio en el que uno elige vivir (¿cómo podrían irse todos los que tienen talento en cualquier ámbito a Madrid o Barcelona? ¿alquilando un piso en pleno centro, a diez kilómetros de Toledo?), las apariciones en medios de comunicación… no significan mucho cuando uno está en el centro y otros en la periferia, porque la periferia no ocupa posiciones de poder.

Hace mucho que dejamos de creer en el «si es bueno, será famoso». Así que repetimos: Juan Carlos Tirado es uno de los mejores actores que hemos visto sobre ese escenario y ya ven que la lista es corta.

Lo que sí les pasa a las compañías extremeñas, y a ninguna de otra región, es que conocen bien los 52 metros del teatro romano: saben dónde se oye bien, dónde se puede proyectar la voz (hubo un tiempo sin micrófonos) y cuánto se tarda en salir y entrar (y se tarda mucho y se puede romper el ritmo: lo hemos comprobado muchas veces). También suelen usar todo el escenario, no solo los 18 metros de una escenografía hecha para girarla en teatros a la italiana.

Eso sí lo hacen los de aquí. Ser mejor escenógrafo o peor, ser mejor o peor actor, escribir de uno u otro modo no lo da el lugar de nacimiento o de residencia.

Así que, cuando nos dijeron que Juan Carlos Tirado iba a tener su primer papel protagonista, pensamos: «Ya. Era. Hora».

Se estrena también como director Jesús Manchón. Los dos son hacedores. Llevan el teatro también a otras vidas y ya sabemos que los niños que hacen teatro tienen vidas distintas.

A Manchón no le da vértigo estrenar en el teatro romano: es lo que pasa cuando uno lleva veinte años en la profesión, sabe actuar y tiene criterio. Son 13 personas en el escenario: Gema Ortiz, bailarina (y coreógrafa que ha puesto a bailar a todos, porque los cuerpos no normativos también bailan) y Abraham Samino, pianista magnífico, entre ellos. Y luego también están actores tan solventes como Rocío Montero, Miguel Ángel Latorre, Fernando Ramos, Manuel Menárguez (medio extremeño ya), Javier Herrera (también conocido como ‘Vistequienteviste’, porque es vestuarista, además), los enormísimos Juan Carlos Castillejo y Paca Velardiez, Sergio Barquilla (a quien podemos ver a las doce de la mañana los domingos haciendo el espectáculo de ‘Héroes y heroínas’ de la compañía Las 4 esquinas) y Beatriz Solís. Todos, para reflexionar sobre cómo se ejerce el poder cuando uno tiene todo el poder del mundo conocido.