A Detroit viaja Ferdinand Bardamu, el protagonista de 'Viaje al fin de la noche' (1932), de Louis-Ferdinand Céline; a Detroit va a parar la familia de origen griego cuya historia a través de varias generaciones cuenta 'Middlesex' (2002), de Jeffrey Eugenides, y en Detroit sucede 'Los reyes del jaco' (1974), de Vern E. Smith.

Las tres novelas reflejan otros tantos episodios cruciales de la ciudad más poblada de Míchigan (que no su capital; esta es Lansing), estado que con el 94% de los votos escrutados da este martes una ventaja de 0,7 puntos a Joe Biden sobre Donald Trump y que puede dar al demócrata la presidencia de Estados Unidos.

El 'alter ego' de Céline se sumerge con horror no exento de asombro en el mundo de la hipermecanizada industria automovolística, no en balde en Detroit puso en marcha Henry Ford el montaje en cadena para la producción del Ford T (1908-1927), inspirado por los ensayos del pionero Ransom Eli Olds, fundador de la compañía rival Oldsmobile.

En 'Middlesex' están muy presentes los disturbios raciales de 1967, unos de los más violentos de la historia de Estados Unidos, país casi tan pródigo en disturbios como en leche y miel. Básicamente: Detroit fue una meca de la primera y la segunda Gran Migración Negra del sur al norte, pero incluso en esos tiempos todavía bastante boyantes para la ciudad la discriminación de los afroamericanos era flagrante. Y pasó lo que pasó: 43 muertos (33 negros y 10 blancos).

Por último, los traficantes de heroína a los que hace referencia el título 'Los reyes del jaco' son por supuesto negros. En 1974 Detroit, como tantas otras urbes estadounidenses, ya había experimentado una huida de las clases medias del 'down town' hacia los suburbios residenciales, de modo que en el centro de la ciudad empezaba a quedar solo quien no podía darse el piro. Las dos crisis del petróleo de la década de 1970 rematarían lo que habían iniciado esa migración de proximidad y la competencia de la industria automovilística japonesa. Detroit, la antaño gran Detroit, se convirtió en una ciudad-cadáver como no hay otro en el mundo. La discográfica Motown, tanto por lo que estaba pasando como para arrimarse a la industria del cine, se trasladó a la soleada Los Ángeles en 1972.

Traición

Eso fue un golpe bajo por parte de Berry Gordy, por no decir una traición. Motown (de 'Motor Town', como se conoce a Detroit), su sello, era el orgullo de la ciudad. No era para menos: una escudería invencible (The Miracles, The Temptations, The Supremes, Marvin Gaye, Martha & the Vandellas, The Four Tops, Marvin Gaye, Stevie Wonder... ) inundó Estados Unidos (el mundo, de hecho) de fabulosos éxitos de soul durante los 60. Vale, el sistema de trabajo se parecía al de una cadena de montaje automovilística y Gordy era contrario a la libertad creativa y muy de la virgen del puño, pero el resultado era un 'hit' infeccioso tras otro. El 'sonido de la América joven', se llamó a ese caudal imparable de canciones relucientes. Para bien o para mal, un talento tan difícil como el de Aretha Franklin, oriunda de Memphis pero forjada como cantante en el coro de la iglesia bautista de su padre en Detroit, no cayó en manos de Gordy.

La década de 1970 nació en Detroit (bueno, en la cercana población de Ann Arbor) antes de que terminara la de 1960. The Stooges, con Iggy Pop al frente, apuntillaron el sueño 'hippy' con dosis masivas de mal rollo y agresividad. Junto a ellos, MC5, Alice Cooper y The Amboy Dukes (con Ted Nugent, republicano a ultranza) formaron un escuadrón suicida del rock and roll. Lo nunca oído ni visto hasta el momento. Un sonido y una actitud muy adecuados para una ciudad que se iba al garete. The Gories y The White Stripes impidieron desde mediados de los 80 hasta bien entrados los 2000 que se olvidara lo que había sido Detroit para el rock.

Techno y 'Bad Boys'

Muy pocas ciudades pueden presumir de haber alumbrado dos episodios capitales de la historia de la música popular moderna. Pero es que a los dos anteriores Detroit añadió un tercero, con lo que sitúa en una liga estratosférica: el techno de Detroit supuso en los 80 una revolución en toda regla de la música de baile, con Juan Atkins, Kevin Saunderson y Derrick May al frente.

Y por si todo esto fuera poco, están los Detroit Pistons, campeones de la NBA en 1989, 1990 y el 2004. Los 'Bad Boys' que ganaron los dos primeros títulos podrían darle a Donald Trump lecciones de macarrismo y marrulería, pero también iban sobrados de talento y disciplina y actitud. Menudo equipo. Solo le faltaba Hristo Stoichkov.