Los personajes de ‘El asesinato de Laura Olivo’ (Alianza) «viven en un mundo de zozobras y envidias, de medias verdades, luchas, celos, decepciones, euforias, sentimientos encontrados, esperanzas que a menudo no se cumplen. De enfrentamientos y de capillas, de aliados y enemigos». Se trata del ecosistema literario y editorial que vive a caballo entre Barcelona y Madrid, poblado de agentes literarias (como la que le da título) y, claro, de todos los arquetipos de escritores con los que se ha codeado el peruano Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, 1964), que desnuda sus vanidades, mezquindades, ambiciones y miserias en esta su primera incursión en la novela negra, ganadora del Premio Unicaja de novela Fernando Quiñones.

«Conozco a escritores pelmazos, resentidos, famosos y no conocidos, buenos y malos, modestos y petulantes, el que habla solo siempre él, el que te dice ‘háblame de ti: ¿qué te parece mi novela?’, el que ve conspiraciones, el ‘maldito’ que ve la ‘malditez’ como sinónimo de calidad, los que venden mucho y los que no venden, los que dicen que los que venden mucho son malos, los que solo buscan el éxito y los que no les importa… La realidad supera los tópicos», asegura Benavides.

Quien no encaja en ese mundo —«no por su raza sino por lo literario»— es el protagonista de ‘El asesinato de Laura Olivo’, el investigador ‘Colorado’ Larrazábal, un expolicía peruano negro, de padre vasco y madre negra, que vive en el multicultural barrio madrileño de Lavapiés y tiene una novia marroquí de costumbres occidentales. «En realidad nació en un cuento policiaco para un periódico. Y el personaje quedó ahí». Y con él, reflexiona sobre «la identidad». «Vive preguntándose quién es» y «surge de esta época globalizada en la que la emigración ha reconfigurado el mapa no sólo geográfico sino también mental de lo que entendemos por nuestro espacio nacional o vital».

Nunca pensó, admite Benavides, en hacer una novela negra. «Pero soy buen lector del género. Eso se juntó con que no quería dejar a Larrazábal y con que me fascina hablar con escritores y conozco el mundo de los editores y agentes». Y se acordó el autor de otro personaje que utilizó «puntualmente» en ‘Un asunto sentimental’: Laura Olivo, célebre agente literaria, a cuya amante y sospechosa de su asesinato, una joven periodista, Larrazábal intenta ayudar.

«Laura Olivo es riquísima temperamentalmente. Es una mujer que ha luchado mucho y ha logrado hacerse una carrera en ese mundo elitista. Es capaz de arrasarlo todo, como un bulldózer. Ante ella todo el mundo calla. Sabe cómo manejar ese mundo de egos revueltos. Y lo que me gustó es que en ella no todo es positivo. De hecho —sonríe— es tan borde que creo que construí la novela para matarla».

La novela, añade, no podía dejar de recalar en Barcelona. «El mundo literario catalán no es muy distinto del de Madrid pero Barcelona ha sido y sigue siendo un motor potentísimo de agentes y editoriales y polo de atracción de escritores, como lo fue con los del ‘boom’ suramericano, Vargas Llosa, García Márquez y el círculo de la agente Carmen Balcells... Aquí se sentían europeos, al contrario de en el resto de España».

Entre parodia y realidad, el lector puede entretenerse buscando quién es quién. De los escritores que conoce y han leído el libro, concluye con una sonrisa, «todos parecen haberse visto reflejados, pero siempre en el otro. Te dicen ‘este es tal’, o ‘este es cual’ pero ninguno se ve a sí mismo. Eso demuestra hasta qué punto se pueden reflejar las luces, sombras y miedos de la gente».