Los coleccionistas norteamericanos supieron ver mucho antes que los franceses la importancia del impresionismo, de ahí que a principios del siglo XX se lanzaran al mercado a comprar piezas ejecutadas bajo los parámetros de la luz y el color. Ese fue el caso de Sterling y Francine Clark, un rico matrimonio de Nueva York que en cuatro décadas, de 1916 a 1952, consiguió reunir 35 óleos de Pierre-Aguste Renoir (1841- 1919) y crear una de las colecciones sobre el pintor más importantes del mundo. Ahora, 31 de estas obras se exponen en el Museo del Prado, hasta el 6 de febrero, en diálogo con los grandes maestros, en la que es la primera muestra monográfica realizada en España sobre el artista.

Pasión por Renoir , así se llama la exposición, no recorre toda la trayectoria del pintor, se centra en la primera etapa, la que abarca la década de los 70, la más impresionista, y la de los 80, cuando su manera de trabajar se volvió más clasicista. Pero aunque "no es una visión completa de Renoir, sí recoge el Renoir más joven, que desde el punto de vista de la mayoría de expertos, y del matrimonio Clark, es el mejor", según Michael Conforti, director de la institución norteamericana.

De esta manera la muestra bascula entre el Renoir más innovador de La barca-lavadero de Bas-Meudon (1874) y El puente de Chatou (1875), dos ejemplos paradigmáticos del impresionismo "tanto por el asunto como por el tratamiento de la pintura", y el más academicista y alejado de la técnica impresionista: La bañista peinándose (1885) y Bañista rubia (1881). Esta obra realizada durante un revelador viaje a Italia en el que el pintor conoció de primera mano a los grandes maestros del renacimiento y del barroco. El cuadro, que tiene ecos de Rafael, Tiziano y Rembrant, marcó el inicio del objetivo que se propuso entonces: vincular su arte al de la tradición de la pintura europea.

Renoir cultivó todos los géneros: el retrato, las naturalezas muertas, el paisaje y los desnudos, pero se le conoce sobre todo por sus sensuales figuras femeninas. Y es en este último apartado en el que destacan dos obras de la colección: Retrato de madame Monet (1874), que muestra una pincelada fragmentada muy poco convencional, y Palco en el teatro (1880), una de las consideradas obras maestras del pintor pero que en su día fue despreciada por quien se la encargó. Un bodegón nada convencional, Cebollas (1881), es otro de los iconos de la exposición, así como Peonías , una de las mejores composiciones florales de las muchas que realizó Renoir, porque decía que le relajaban.

La muestra, sin embargo, no recoge dos de sus piezas más famosas: Le Moulin de la Galette (1876) y El almuerzo de los remeros (1881), pero eso no le quita interés, ya que es una oportunidad para ver a un autor escasamente representado en las colecciones españolas.