Dice Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) en el prólogo de su último libro, Primavera extremeña (Alfagura) que «Quizá parezca obsceno hablar en términos elogiosos de una primavera que para mucha gente fue trágica y para todos, sin excepción, muy dura, pero es que la que a mí me regaló Extremadura, y más concretamente la tierra de los Lagares, junto a Trujillo, en tierras de Cáceres, sin imaginar que la viviría entera cuando llegué, fue, sin lugar a dudas, la más extraordinaria que he vivido». Partiendo de aquí, capítulo a capítulo desgrana cómo vivió, desde que se fugo de Madrid el 13 de marzo y regresó a la capital en junio, los 90 días del confinamiento, que, en compañía de su familia, pasó en un antiguo lagar reconvertido, como él lo llama, en casa de vacaciones, en el que vio con asombro y admiración una «primavera tan espléndida como fugaz», al tiempo que se felicita por «haber llegado a un lugar donde creíamos que estaríamos a salvo de cualquier peligro». Y así fue.

Autor de poesía, artículos, novelas, crónicas y literatura de viaje, Julio Llamazares, vivió en la región una primavera trágica y hermosa, que refleja en este libro en el que combina su prosa poética y ligera que con las evocadoras acuarelas de Konrard Laudenbacher, un vecino y amigo con el que recorre la sierra de los Lagares y con el que comprueba que vivían en una doble irrealidad, la que «proyectaba la película de terror en la que se había convertido el mundo» y una «fantástica primavera que seguía su curso ajena a la tragedia», que disfrutó de principio a fin , y que inmortaliza en estas breves páginas (121), en las que da fe de cómo la primavera extremeña se llenó de luz, color, y de animales en libertad, gracias, sobre todo, a la ausencia de humanos, y que pese a la tragedia que vivía y vive el mundo se abrió paso «como si los problemas de la humanidad no tuvieran que ver con ella», escribe.

Sin embargo, y pese al placer y gozo que sentía, también estuvo pendiente de lo que pasaba más allá de las fronteras del lagar de los Almendros, y cómo situaciones que pasaban en otras regiones no les eran ajenas, como cuando cuenta cómo vecinos de fincas de al lado les miraban con reticencia por estar allí viniendo de Madrid, o cómo a veces les miraban mal hasta que la gente del pueblo al que iba a hacer la compra se fue acostumbrando a su presencia.

Narra también cómo fueron viviendo la desescalada, cómo aprovechaban el tiempo permitido para los paseos para recorrer la sierra más allá de sus dominios, y más adelante se dedicaron a conocer la zona, visitando, por ejemplo, Montánchez, Madrigalejo y la casa en la que murió Fernando el Católico (por algo su especialidad es la literatura de viaje), cómo asumían las noticias cada vez más trágicas que les llegaban por televisión, prensa o a través de los contactos telefónicos con amigos y familiares, a los que evitaban «despertar su envidia contándoles nuestra situación y el espectáculo fabuloso de la primavera extremeña», pero eso sí, «solo a los más cercanos y con cuentagotas».

CANTO A LA VIDA / Tiene el autor de La lluvia amarilla palabras, buenas palabras, para Ricardo, el hombre que guarda el lagar cuando ellos nos están, para su amigo Konrad y su mujer, María, o para el Sueco y su rebaño, pero también recuerda, para que no se nos olvide, el aislamiento de Arroyo de la Luz en los primeros días, las cifras de muertos que no paraban de crecer, las primeras salidas a la calle, con ilusión pero prudencia, esas noches estrelladas y esos cielos sin contaminación lumínica que le reconciliaban, aunque solo fuese por unos instantes, con el trago amargo que vivía y vive la humanidad.

Este libro, ha dicho en una entrevista, «es un canto a la vida en medio de la muerte» y como tal lo ha escrito y sentido, porque el es consciente de que este confinamiento «ha servido para que muchos se descubran a sí mismos y lo que tienen alrededor, eso incluye la geografía y el entorno, que siempre dejamos para mejor momento, y hay quien se da cuenta de que se le pasa la vida y no conoce su propio país. Sin duda las crisis dejan su huella en la forma de pensar», resalta en la citada entrevista en Condé Nast Traveler. Este libro puede ser también, por qué no, una buena guía de viaje que animará a más de uno a vivir «una primavera espléndida y llena de maravillas», como la que ha vivido este año Julio Llamazares, «rodeado de uno de los paisajes más fabulosos de cuantos conozco». Es la primavera extremeña.