Que Jacqueline Bisset diga que nunca se ha sentido cómoda con su aspecto es como si Messi se quejara de su toque de balón. En todo caso, lo de la actriz británica va en serio. "Nunca me vi a mí misma como una mujer hermosa, no me sentía segura con mi apariencia. No era la que quería", nos explicaba el domingo Bisset en el Festival de Locarno, horas antes de recibir un premio honorífico. "Mi autoestima de niña nunca fue alta. Solo era feliz cuando estaba bailando, me sentía como un caballo salvaje". Sin embargo, sucedió algo que redirigió hacia el cine la pasión que hasta entonces había sentido por la danza: "Vi a Jeanne Moreau en La Noche y me quedé paralizada. En seguida supe que quería ser como ella. Pero yo era una pobre muchacha de campo. No le podía decir a nadie que quería ser actriz, porque pensarían que era idiota".

Desde entonces, la actriz ha vivido instalada en la contradicción. Porque es un icono de belleza a disgusto con su propia imagen, y porque es una celebridad más memorable que la inmensa mayoría de las películas que ha protagonizado. Después de que Richard Lester la usara en un pequeño papel en El knack... y cómo conseguirlo (1965) y Polanski en otro también pequeño en Callejón sin salida (1966), Bisset se dedicó a interpretar a una serie de mujeres accesorias en títulos como Casino Royale (1967) y Dos en la carretera (1967), y a ejercer simplemente de la chica en El detective (1968), junto a Frank Sinatra, y en Bullitt (1968), con Steve McQueen.

Su currículo posterior ha sido un deslucido catálogo de películas de serie B y puntuado por títulos de interés como La noche americana (1973) --"el trabajo del que me siento más orgullosa, sin duda"-- y Bajo el volcán (1984). En todo caso, la actriz no se arrepiente de nada. "Muchas veces me dicen que podría haber sido más famosa, pero nunca quise serlo", recuerda. "Me ofrecieron algunos papeles que me habrían encumbrado, pero sacrificar mi privacidad habría sido muy duro".

Se conforma, asegura, con haber sobrevivido en el mundo del cine durante cinco décadas. "¿Cómo? Siempre he sido testaruda y he tratado de que no me zarandearan". En todo caso, confiesa que su relación con algunos directores no fue fácil. ¿Se refiere tal vez a John Huston, o a François Truffaut, o a George Cukor, o tal vez a Polanski? Ella no da nombres. "Muchos de ellos quieren que te pongas frente a la cámara y que te parezcas a sus esposas", lamenta. "Y en este negocio hay mucha falta de respeto hacia los actores: nos necesitan pero en general no les gustamos, porque dicen que cobramos demasiado y nos comportamos como divas". Lo que en algunos casos, concede, es absolutamente cierto.

En ese sentido, Bisset considera que haber sido coronada por la revista Newsweek como "la actriz más hermosa de todos los tiempos" y convertida en sex symbol tras su aparición en Abismo (1977), luciendo una camiseta mojada que no dejaba nada a la imaginación, ha sido un lastre para su carrera. "No era lo que yo buscaba como actriz, y me enfureció que después de haber hecho infinidad de películas se me viera simplemente como un pedazo de carne. Pero ya no pienso en ello. Ha pasado demasiado tiempo". 36 años, exactamente, pero nadie lo diría. Parece imposible que el mes que viene esta mujer vaya a cumplir 70 años. "A veces me miro en el espejo y pienso, ¿quién es esta anciana que me está mirando? Pero, en general, estoy bastante contenta con lo que le va pasando a mi cara". Con razón.