Un cúmulo increíble de increíbles coincidencias y casualidades y una voz que da voz a ensordecedores silencios y secretos que convergen en las historias reales de cuatro hombres ligados al Holocausto: el nazi Hans Frank, abogado personal de Hitler entre 1928 y 1933 y luego gobernador de la Polonia ocupada, apodado el carnicero de Cracovia; el abogado judío Hans Lauterpacht, que acuñó el término legal de crímenes contra la humanidad en 1945, en los juicios de Núremberg; su colega, también judío, Rafael Lemkin, que hizo lo propio con el término genocidio, y Leon Buchholz, abuelo materno de Philippe Sands (Londres, 1960), que «nunca habló de lo ocurrido durante la guerra». Sus historias las entreteje Sands de forma magistral tras una intrincada y dilatada investigación en el ambicioso Calle Este-Oeste (Anagrama). Profesor de Derecho Internacional, presentó el libro en Barcelona con un absorbente discurso duramente forjado en los muchos casos en los que, como abogado, ha intervenido en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en el Tribunal Penal Internacional de La Haya, desde Pinochet o Ruanda hasta la ex-Yugoslavia, Irak o Siria.

Sands va enlazando coincidencias -él, que dice no creer en ellas-. «Llegué al libro por casualidad, al recibir una invitación en el 2010 de una ciudad extraña para dar una conferencia. Pero lo que me motivó a ir fue que allí, en Lviv, en la actual Ucrania, que llegó a llamarse Lemberg y Lvov, y que de 1914 a 1945 cambió de manos hasta ocho veces, había nacido mi abuelo Leon en 1904». Preparando la ponencia descubrió que también eran oriundos de allí, donde además habían estudiado Derecho, Lauterpacht y Lemkin, quienes alumbraron esos dos «revolucionarios» términos en la ley internacional: crímenes contra la humanidad y genocidio, en los juicios de Núremberg. «Por primera vez un Estado soberano no tenía derecho a tratar a sus súbditos como le diera la gana, e introdujeron conceptos como el de que nadie estaba por encima de la ley, ni Pinochet, Netanyahu, Blair, Trump o Aznar». En aquellos juicios, entre otros líderes nazis (nueva casualidad) se condenó a la horca a Hans Frank, principal verdugo de la Polonia ocupada y, aunque los dos abogados no lo sabían aún, culpable del exterminio de sus propias familias, amén de la del abuelo de Sands.

HIJOS ILUSTRES DE LIV / Sigue desgranando lazos el letrado: Frank llegó a Lviv el 1 de agosto de 1942 para dar un discurso en el que «anunciaba que todos los judíos del gueto ‘dejarían de deambular por la ciudad’ y, efectivamente, a las dos semanas 100.000 eran asesinados», entre ellos los familiares de Lauterpacht, Lemkin y del abuelo de Sands. Frank dio esa charla en el Aula Magna de la Universidad, la misma en la que el autor impartió hace una semana (casualidad), la conferencia inaugural del PEN Internacional ante mil personas que «no sabían» que aquellos dos abogados deberían ser considerados hijos ilustres de Lviv.

Más: Sands descubrió que en realidad Lauterpach nació en Zólkiew, cerca de Lviv, en la misma calle en que lo había hecho su bisabuela, la calle Este-Oeste del título. Súmenle que el único hijo de Lauterpach, Eli, fue profesor de Sands en Cambridge y llevaba 30 años siendo su mentor y amigo sin conocer esos orígenes mutuos, que descubrió en 2014.

«Los silencios como el de mi abuelo son universales en gente que ha pasado por esos traumas y ese dolor. Lo he visto también en Ruanda, la ex-Yugoslavia, España... La madre de mi mujer es de Burgos y en su familia, que estuvo dividida en la guerra civil, aún hoy, 80 años después, no se habla de ello». También «eran tremendos los silencios en la de Hans Frank, donde nunca hablaron de lo ocurrido», caso que conoce por un hijo del líder nazi, Niklas, «que odiaba a su padre profundamente». «Su historia es trágica. Dos de los cinco hijos de Frank se suicidaron. Una hermana, a la misma edad y el mismo día en que colgaron a su padre. Otro hermano, bebiendo 30 o 40 litros de leche durante varios días... -relata-. Niklas me contó lo que supuso que, con 7 años, en el patio de la escuela los otros niños se rieran de él porque iban a colgar a su padre ese día, sentenciado por matar a cuatro millones de personas. ¡Cómo puede vivir eso un niño!».

«ASUNTOS DEL CORAZÓN» / Silencios como el de la madre de Sands, que no quería remover el pasado temiendo que, como pasó, su hijo descubriera «secretos de la familia de los que nadie quería hablar». «Eran asuntos del corazón: mi abuela tenía un amante y mi abuelo tenía un amante, su mejor amigo, Max. Y, tal vez, otra coincidencia: tres de los hombres de esta historia tenían una vida gay. Mi abuelo; Lemkin, que escribió sobre todos los grupos objeto de persecución excepto de los homosexuales, y Hans Frank. Era su gran secreto. Él había firmado el borrador de la ley de 1935 que condenaba a los homosexuales y por la que se los encerró en los campos».

«Mi madre también temía que el hombre de la pajarita (como salía en una foto), que yo descubrí que fue el amante de mi abuela, fuera un nazi y que fuera su padre biológico», añade. Y explica cómo halló a su nieta y cómo tras seis meses de dudas se hicieron las pruebas de ADN para descartarlo. «Si yo estaba poniendo voz a esos silencios no podía sumar mi silencio al no hacer el test», confiesa quien emplaza al lector a leer el libro para conocer el resultado.

El otro gran tema son los conceptos heredados de Núremberg. Sands se alinea más con el de Lauterpach, pues «el de crímenes contra la humanidad protege a las personas como seres vivos por encima de si son negros, blancos, judíos, cristianos, musulmanes, hombres o mujeres». En cambio, Lemkin defendía el de genocidio porque según él, «a la gente se la asesina por ser de un grupo y la protección debe ser hacia el grupo». «Yo, que pienso más como Lauterbach, me encontré ante una fosa común de 3.500 asesinados el 25 de marzo de 1943 por el simple hecho de ser judíos. Y me fue imposible no conectar con los argumentos de Lemkin ante aquellos cuerpos y huesos, entre los que estaban los de mi familia y los de Lauterbacht».

Sands asume los fallos del sistema penal internacional porque en definitiva, «la ley es reflejo de la política y la política es reflejo del poder». Pero a pesar de ello «hay que seguir adelante», anima quien lleva ahora el caso de «dos mujeres yazidís raptadas, torturadas y violadas decenas de veces por el Estado Islámico. No hay palabras para describir lo que les pasó, pero el solo hecho de saber que lo que les hicieron fue criminal es fundamental para su bienestar psicológico». Rompiendo silencios.