Hace poco más de un mes, en su Facebook y desde el apartamento que tiene alquilado en el límite entre Miraflores y Surco, dos pintorescos barrios de Lima, en Perú, Hernán Migoya (Ponferrada, 1971) , escritor, guionista de cómic y antiguo director de El Víbora, anunciaba la salida inmediata de su novela Baricentro, en realidad una memoria sobre su infancia y juventud en la Barberà del Vallès de los 80, y las ganas de abrazar a su madre, a quien habían diagnosticado un cáncer. Pero llegó el coronavirus y el autor, al que hace 17 años salpicó el orquestado escándalo de Todas putas, que quisieron leer como un ensayo programático cuando, en realidad, como cualquier novela estaba poblado por monstruos de ficción, lleva ya varias cancelaciones del vuelo que le tiene que traer a Barcelona. De momento, Reservoir Books lo saca digital.

--Tanto se habló del Migoya salvaje, satírico y provocador que costaba trabajo imaginar el golpe de timón de ‘Baricentro’, un libro cargado de ternura.

--Yo he dado muchos golpes de timón en mi vida. He cambiado incluso de país. He escrito más de 20 guiones de cómic y estoy adaptando las historias de Pepe Carvalho a la novela gráfica. He escrito otras tantas novelas fantásticas, de terror e incluso pornográficas. Ahí, aunque eran obras imaginativas, dejé parte de mis vivencias desparramadas a modo de metáforas, pero nunca me había atrevido a mostrarme a mí mismo.

--Sus padres tendrán que esperar para darle un abrazo.

--Eso es lo que peor llevo. Acabo de hablar con ellos por Skype y están bien. No saben nada de este libro porque lo normal para ellos es que su hijo esté siempre escribiendo. Estoy deseando llevarle la novela a mi madre y decirle que la he escrito para ella. Claro que a algún familiar se le puede escapar antes, pero me gustaría estar presente cuando se entere.

--Su padre encarna a esos hombres de los 70 que no dejaban traslucir sus sentimientos.

--Encarna una tipología de hombre de clase media-baja obligado a ser rudo para salir adelante.

--Pero no podrá leer el libro.

--No, hace ya tiempo que sufre alzhéimer. No podrá decirme que soy idiota [ríe]. Pero a mi padre siempre le ha dado igual lo que digan de él.

--En lo que también hay una tipología es en el retrato generacional de su infancia.

--Es un fresco de los 80, de una manera de sentir y de un barrio proletario. En este libro abrazo una reivindicación charnega. Aunque no he hecho un retrato idealista de Barberà, me gusta la sencillez y la alegría de la vida allí, que en cierta manera he recuperado un poco en Perú. En ese ambiente sí podías bajar la guardia.

--¿Y dónde no?

--En Barcelona y en el mundillo cultural en el que me movía. Me clavaron 50 cuchillos por la espalda. Soy fácil de traicionar.

--¿Estamos hablando del ‘affaire’ ‘Todas putas’?

--Han pasado 17 años y me entra la risa tonta cuando me ponen en la posición de defender esa obra. Nunca renegaré de ella. Pese al linchamiento general. Se llegó a decir que yo tenía que estar en la cárcel y mucha gente se apuntó a avivar la hoguera. Hasta que vino Vargas Llosa y les acusó de censores. Quien sí fue leal desde el primer momento fue Miriam Tey, que es a quien buscaban realmente.

--Porque dirigía el Instituto de la Mujer y había publicado el libro de cuentos en un pequeño sello.

--Ella llevó el ostracismo al que la condenaron con mucha elegancia y nunca me vendió. Pero en fin, el libro dio muchas vueltas y en el 2013, 15 autoras coordinadas por Carla Berrocal lo adaptaron al cómic.

--En los últimos tiempos vuelve a hablarse de cultura charnega, ¿se siente interpelado cuando lo hacen?

--He oído hablar de escritura periférica, ahí me han incluido. A mí eso me suena a determinismo geográfico directamente clasista. Me gusta mucho más el término charnego. Todavía está vigente el famoso charnego power diseminado por Cataluña y que siempre he relacionado con el mestizaje del que me siento orgulloso. Además, es más una reivindicación cultural que política.

--Pero últimamente, sí se ha teñido de política.

--Desde que se desató el rollo de la victimización y la hipersensibilización de los colectivos se ha lijado todo. En vez de decir «las razas no existen», como decíamos los progresistas hace años, ahora se ha apostado por la racialización para mantener esas protecciones. Ahora bien, quiero dejar claro que me defino como escritor, no como escritor charnego.