Ya está. Nada es eterno. Ni los astros de la era clásica de Hollywood. La muerte de Kirk Douglas a los 103 años se conoció en la madrugada del jueves. No es el último de su generación. Olivia de Havilland, nacida también en 1916, sigue viva. Pero su incidencia en el cine de las últimas décadas del siglo pasado fue menor. Se retiró en 1988, tras varios trabajos en televisión. Douglas estuvo activo hasta el 2008 aunque su última película importante es del 2003. Fue algo así como una despedida familiar por todo lo alto: en Cosas de familia interpretó al patriarca de una familia neoyorquina; su mujer en la ficción era su primera esposa en la realidad, Diana Douglas, fallecida en el 2015; su hijo Michael hacía del hijo mayor de la familia, y el nieto estaba interpretado por Cameron Douglas, hijo de Michael y nieto de Kirk.

Quizá fue con aquella película con la que se cerró todo un ciclo en el cine de Hollywood. Ya no había vuelta atrás. Pero Kirk Douglas seguía entre nosotros y a veces lo veíamos retratado con sus familiares en alguna celebración. Tuvo durante el momento álgido de su carrera un comportamiento progresista. Sin pertenecer al ala izquierda de Hollywood, sí plantó cara a ciertos comportamientos de los grandes magnates, no dudó en trabajar con gente represaliada en la caza de brujas y como productor independiente y actor concienciado participó activamente en películas ideológicamente incuestionables como El gran carnaval, Cautivos del mal, Senderos de gloria, Espartaco o Siete días de mayo.

Últimamente se ha puesto en tela de juicio alguna de aquellas actitudes progresistas, pero conviene no olvidar que la maquinaria hollywoodiense siempre fue muy poderosa e incluso los nombres más importantes que alzaron la voz contra el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947 -entre ellas las de Humphrey Bogart y John Huston-, no tardaron mucho en desligarse de la cruzada democrática, más provista de buenas intenciones que otra cosa.

Para la historia del cine, Douglas fue Espartaco. Solo él, aunque en una celebrada secuencia de la película iniciada por Anthony Mann y rodada finalmente por Stanley Kubrick, tras las desavenencias de Douglas, productor, con Mann, el resto de esclavos se alzaban para decir que todos ellos eran Espartaco. Aquel fue uno de los hitos en la carrera del actor. Era su segunda colaboración con Kubrick, uno de esos directores nuevos e imaginativos con los que Douglas gustaba contar. Tres años antes, en 1957, habían hecho juntos Senderos de gloria, otro proyecto del actor y productor centrado en la diferencia de clases en el Ejército francés durante la primera guerra mundial.

Douglas encarnó en aquella película, cuyos movimientos de cámara intensos dentro de las trincheras ha retomado Sam Mendes en su reciente 1917, a un oficial tan humanista como lo era Douglas por aquel entonces, algo ingenuo también, capaz de plantar cara a los generales ególatras y corruptos e intentar la defensa, en vano, de unos soldados acusados de cobardía. El actor se sentía igual de cómodo en personajes de estas características, de poso más trágico, como en tipos más vivarachos, aventureros y soñadores.

Su carrera tiene muchos momentos de auténtico esplendor. Por ejemplo su composición del marinero en la deliciosa adaptación de 20.000 leguas de viaje submarino, realizada por Richard Fleischer, director con el que Douglas repetiría cuatro años después en otro clásico del género de aventuras, Los vikingos, incorporando a un guerrero tuerto y atávico.

Todos los géneros de la violencia le iban como anillo al dedo dadas sus características físicas y una virilidad matizada, nada provocadora, como la de Burt Lancaster. Douglas brilló en el cine del Oeste con la tensa La pradera sin ley (1955), de King Vidor, y la desencantada Los valientes andan solos (1962), de David Miller, inicio de la corriente del wéstern crepuscular: interpretó a un cowboy de otra época que no entiende el cambio de los tiempos y muere atropellado por un automóvil. Fue el tuberculoso DocHoliday -Lancaster encarnó al shérif Wyat Earp- en Duelo de titanes (1957), de John Sturges. Camino de la horca (1951), de Raoul Walsh, fue otra de sus contribuciones sombrías al wéstern. Por el contrario, en Río de sangre (1952), de Howard Hawks, lució su mejor versión cómica y distendida.

MOLESTO / En uno de sus primeros filmes, Retorno al pasado (1947), una de las diez incontestables obras maestras del género negro, a cargo de Jacques Tourneur, bordó el papel de gánster obsesionado con una mujer que le engaña tanto a él como al escéptico detective encarnado por Robert Mitchum. Por el contrario, en la cinta de William Wyler Brigada 21 (1951) incorporó a un policía hosco y temperamental en un relato ambientado durante unas horas en una comisaría.

Nacido Issur Danielovitch Demsky en Ámsterdam, estado de Nueva York, en una familia de judíos de origen ruso, Douglas vertió sus experiencias de infancia y juventud en el libro El hijo del trapero. Allí explica la forja de su carácter, su gusto por la independencia que le llevaría a crear en 1955 su propia compañía (Bryna Productions, en homenaje a su madre, Bryna Demsky), sus actitudes progresistas, los triunfos y los sinsabores. Fue nominado al Oscar en tres ocasiones, pocas para una carrera repleta de muy buenas actuaciones. Por El ídolo de barro (1949), Cautivos del mal (1952) y El loco del pelo rojo (1956). No ganó ninguno. En 1996 le tocó el habitual Oscar honorífico a aquellos que por distintas razones -Douglas era un tipo molesto e independiente- nunca han sido premiados.