Cualquier personaje popular es susceptible de probar suerte en el cine. En España ha resultado un hábito: futbolistas (Ladislao Kubala), modelos (Teresa Gimpera), misses (Amparo Muñoz), folclóricas (Lola Flores, Rocío Jurado, Isabel Pantoja), niños prodigio (Marisol, Joselito) y cantantes de todo tipo (Antonio Molina, Rocío Dúrcal, Raphael, Peret, Juan y Junior, Hombres G). Si pueden hacerlo Jagger, Bowie, Dylan, Prince, Madonna, Waits, Bruni, Cindy o Schiffer, ¿por qué no nuestras estrellas patrias?, sobre todo en la época aciaga del franquismo, cuando el régimen necesitaba determinados modelos para consumo interno.

Quizá la carrera cinematográfica más estudiada, y coherente con lo mostrado en su faceta de cantante populista, fuera la de Manolo Escobar. El éxito en los escenarios le llegó de manera rotunda hacia 1961, y un año después ya protagonizaba su primera película, Los guerrilleros , de Pedro L. Ramírez y junto a Rocío Jurado, una mezcla de flamenco y revuelta guerrillera contra el invasor francés.

Ramón Torrado, José Luis Sáenz de Heredia y Mariano Ozores fueron sus directores habituales. Se trataba de prolongar la imagen característica de Escobar como cantante de masas en atribulados y esquemáticos argumentos donde lo único que verdaderamente importaba era que, cada cinco o seis secuencias, regalara una canción a la audiencia entregada en la sala de cine. Así se sucedieron títulos como Un beso en el puerto (1965), Mi canción es para ti (1965), El padre Manolo (1966), en la que encarnó a un sacerdote folclórico.