No quiero rememorar tiempos pasados referidos a nuestro Club Deportivo Cacereño para no ser cruel con los buenos aficionados cacereños entrados en años y que no acaban de de comprender qué está pasando con su querido club.

Tampoco puedo ser injusto con la memoria de tantos cacereños que estuvieron ligados durante tantas décadas a la Ciudad Deportiva.

Cuando en 1977 se inauguró el estadio Príncipe Felipe, el Cacereño ya era Club Polideportivo. Ganó en instalaciones, pero perdió ese hermoso poso de la sede en Sergio Sánchez, de El Rodeo, del Bar Bejar, de los paraguas negros abiertos en la Ciudad Deportiva (¡cómo llovía entonces!) y yo diría que hasta de la casta de los jugadores y la entrega desinteresada, pero comprometida, de las juntas directivas de entonces.

A pesar de todo, seguimos disfrutando de buenas temporadas de fútbol en el nuevo estadio, las peñas se repartían por el graderío, el himno del Cacereño, lleno de sentimiento y de mensaje, creado por el poeta cacereño y buen amigo Matías Simón, sonaba cuando salían los jugadores al campo, vibramos con grandes goleadas en Tercera, nos sentimos importantes cuando quedamos campeones en Segunda B y jugamos la liguilla de ascenso a Segunda A. Jamás fuimos un club poderoso económicamente, pero en ningún momento se arrastró por los campos ni desdoró el nombre de la ciudad.

Cuando un día llegó un forastero con vitola de mecenas a nuestra capital prometiendo que en poco tiempo llevaría al Cacereño a la elite, la afición se dividió entre los creyentes y los agnósticos. La pregunta que muchos se hacían era ¿qué interés puede tener un salmantino en hacer del Cacereño un gran club? No ha hecho falta esperar mucho tiempo para conocer la respuesta. El Cacereño es lo de menos, lo que le importa es el negocio: el bingo y el estadio.

Las promesas y las ilusiones rotas le tienen sin cuidado. A pesar de todo tengo la certeza de que el Cacereño resurgirá de sus cenizas antes que tarde, y que quienes lo han llevado a esta situación (autor, cómplices y encubridor) no figurarán jamás en la historia del club.

Un modo de acelerar la marcha de estos incompetentes es, además de las medidas que nuestras instituciones adopten (no dar un solo euro), cerrarle el grifo del bingo hasta que no les sea rentable seguir. Con ello haremos un doble favor, por un lado al Cacereño y por el otro a nuestros bolsillos.