Constante Castro fue un destacado futbolista de la zona de Plasencia y su entorno. Empezó en su localidad natal, "en el Hervás" y era mediocentro defensivo, "aunque terminé de central". El padre de César Castro tuvo que dejar el deporte de cierto nivel "por culpa de las lesiones". Tenía 28 años.

Pero eso es ya historia. Constante vive con su mujer, Mari Luz, días muy felices en Sabadell. "Sinceramente, sabía que estaba ahí, pero por supuesto que esto ha sido ya extraordinario", dice cuando se le pregunta sobre si esperaba lo que iba a ocurrir el fin de semana.

"Pero, como en el fútbol, los partidos hay que ganarlos", dice este funcionario del ayuntamiento placentino mientras asimila los éxitos al tiempo que no se olvida de su otro vástago, Héctor. "Tenemos dos hijos maravillosos, grandes deportistas", apunta. "Lo que él hizo también estuvo muy bien", recalca, recordando su novena plaza nacional en aguas abiertas.

"Lo de César es algo innato. Desde muy pequeño se le veían esas condiciones, aunque llegar hasta donde ha llegado es difícil de asumir". Lo único negativo en este año está siendo compatilizar estudios, entrenamientos, competiciones y viajes. "El es muy responsable, buen estudiante, pero ahora necesita ayuda externa porque no puede con todo. Algunos profesores le dan facilidades... El año pasado tuvo de nota media casi un 8".

Constante y Mari Luz pasean en el día en el que Castro no compite. "Ahí se pondrá con la PlayStation, descansará y mirará hacia hoy. Nada los 400 y su familia espera algo grande. Ya casi es una costumbre. Ellos, en cualquier caso, apelan a la prudencia. "Ahora se lleva eso de la filosofía 'cholista'", recuerda Constante. Sí. Pero su hijo juega ya la Champions. Y, ojo, posa sin las medallas. Superstición de campeonísmo.