Volviendo al hilo de anteriores columnas en las que rememoraba los campeonatos de España durante la Semana Santa, me gustaría recordar lo que pasó en los años siguientes a esos primeros campeonatos.

Durante los campeonatos de España los ojeadores de diferentes clubs ACB se iban acercando a los padres, tratando de convencerles para que sus hijos formaran parte de su cantera. Nos invitaban a jugar algún torneo con su equipo, así que como eran varios, mis padres y yo decidimos ir a jugar una vez con cada uno para ver las diferentes opciones.

Sinceramente, fue una pasada, una experiencia increíble, me trataban de una manera exquisita… Lo único ‘malo’ era que después de cada torneo había hecho tan buenas migas con los compañeros que me tiraba la siguiente semana entera diciendo que quería irme a ese equipo. A día de hoy aún conservo la amistad con muchos de ellos y es que le debo mucho al baloncesto. Siempre digo que lo que nos llevamos del baloncesto son las amistades y los momentos increíbles que vives con cada uno de ellos. Fíjate si le debo que gracias a él conocí a mi mujer.

Una de las cosas que hizo que me decantara por un club u otro fue la oferta académica. En casa siempre hemos tenido muy claro lo importante que son los estudios. Nunca sabes lo que te va a deparar el futuro, a qué nivel llegarás como deportista, si tendrás alguna lesión… Y, por supuesto, la carrera de un deportista no es eterna y tienes que intentar estar preparado para lo que viene después.

Si todo va bien y tienes la suerte de dedicarte profesionalmente a jugar al baloncesto, solo te ocupará el primer tercio de tu vida. Mientras tanto, debes prepararte para poder enfrentarte de la mejor manera posible a los siguientes dos tercios.

En el verano del 2003, con apenas 14 años y a punto de empezar tercero de la ESO, me tocó hacer las maletas para emprender el viaje más ilusionante de mi vida. Sabía que no sería fácil para mí ni para mi familia, pero soy de la opinión que cuando se presentan oportunidades así, hay que aprovecharlas y no puedes dejar que se escape el tren. Ese tren se llamaba Real Madrid.

Una vez cargadas las maletas de ropa, zapatillas y de ilusión, mucha ilusión, salimos con el coche de mis padres dirección Madrid. Recuerdo que conforme nos íbamos acercando a la capital me iba convirtiendo en un manojo de nervios… «¿Quién habrá en la resi? ¿Encajaré en el grupo? ¿Y el cole, será más duro aquí que en Almería?». Eran pensamientos que trataban de invadir mi cabeza ante una experiencia nueva y desconocida, mientras que la emoción y las ganas de disfrutar todos y cada uno de los momentos que estaban por venir no iban a permitir que el miedo y esos pensamientos negativos lo fastidiaran.

Por supuesto que hubo momentos muy duros. No es fácil estar alejado de tu familia y amigos por más de 500 kilómetros cuando tienes esa edad. Además, tenías que ponerte a estudiar cuando llegabas reventado de estar toda la tarde entrenando… O renunciar a muchos puentes o vacaciones mientras el resto de tus amigos se iban de viaje... Era el precio que tenías que pagar por estar viviendo un sueño y tratar de conseguir llegar a ser jugador profesional de baloncesto, también llamado ‘coste de oportunidad’.

Guardando las diferencias, algo parecido a lo que estamos haciendo ahora: renunciar a estar con nuestros seres queridos por tratar de conseguir vencer al bicho… #YoMeQuedoEnCasas.