Estaba yo el domingo noqueado, tras el alucinante partido que hizo por fin a nuestra selección de balonmano, campeona del mundo, cuando, entre varias llamadas y mensajes, recibí la de mi hermano mayor --nada aficionado al balonmano, por otra parte--, quien en un tono jocoso me preguntó: "ése que ha levantado la copa es Garralda, ¿no?; ¿ése es con el que te jugabas las ligas?". Se acordaba mi hermano de las mil y una batallitas que cuenta uno fanfarroneando, cuando al paso de la vida, el otro --Garralda en este caso--, se convierte en una figura renombrada, de talla mundial, y el resto quedamos para lo que quedamos. Recuerdo aquellos campeonatos de hace veinte años en Pamplona, y recuerdo también al Mateo Garralda de entonces, con el que coincidí en la selección navarra: fuerte, rápido, solidario, valiente, con liderazgo, haciendo gala del noble contacto físico...

¿Por qué lo digo? Porque al cabo de 20 años, he reconocido al mismo jugador, todo pundonor, que juega cada balón como si fuera el último de su carrera deportiva, que se levanta del suelo ipso-facto tras meter un gol. Así es, él y los demás integrantes de la selección, nos han vuelto a enseñar los implícitos valores que conlleva el balonmano: solidaridad, compañerismo, cohesión, entrega, valentía, lucha agónica, competitividad, confianza en uno mismo y en los demás...

Y son dichos valores los que han hecho que en esta ocasión --contrariamente a lo que endémicamente nos pasa en casi todos los deportes de equipo--, en vez de esperar el partido de cuartos de final --contra Noruega--, o incluso la semifinal --contra Túnez, la revelación local--, con el síndrome de "¿otra vez?, ¿será posible que siempre nos pase lo mismo?", la selección haya salido victoriosa, y finalmente haya conseguido un objetivo inimaginable al inicio del campeonato.

En un plano más técnico, me gustaría destacar igualmente otras facetas que han contribuido a este colofón: la dureza mental de los jugadores en situaciones extremas de tiempo y marcador; la aportación de la mejor portería del mundo (Hombrados, en especial); y, finalmente, y tan importante como las demás, la elección de un modelo de juego concreto, que además viene avalado por la confianza de los jugadores.

En este sentido la apuesta del seleccionador, Juan Carlos Pastor, se ha basado tres premisas: imprimir un alto ritmo de juego, jugando a gran velocidad, y aprovechándonos del contraataque en todas sus posibilidades (Rocas y Juanín, máximo goleador del equipo, en la primera oleada, y conseguir superioridad numérica en la 2º y 3º oleada); iniciar el ataque posicional a partir de la combinación entre el central y el pivote (destacando Chema Rodríguez, y Uríos y Garabaya); y finalmente --y quizá la apuesta más controvertida por las opiniones vertidas--, la utilización de la defensa como el primer arma ofensiva, en el sentido de primar la recuperación del balón a partir de faltas en ataque, errores de pase o de lanzamiento ante el acuerdo de los defensores y el portero sobre la zona de localización del mismo, o robos de balón, teniendo como contraprestación que ante el poco contacto físico, especialmente en la zonal central, a veces nos metían el gol muy fácil.

En cualquier caso, y por todas estas razones, España ha sido el equipo más goleador de todo el Mundial --en todos los partidos ha pasado de 30 goles salvo contra Serbia y Montenegro, que se quedó en 28--, y no ha ganado el equipo que menos goles ha recibido, Francia.

A partir de ahora, en el ámbito nacional, esperemos que --como no supimos hacer con el efecto Urdangarín-- sepamos rentabilizar la consecución de tal éxito con la esponsorización de los valores de noble deporte, en especial para iniciar en la práctica a los más jovenes.

En el plano regional, en el que este apartado parece solucionado, esperemos que nos sirva para mejorar la calidad de nuestros entrenadores, la calidad y cantidad de los entrenamientos --que no tengamos miedo a la palabra tecnificar--, y se rompa la barrera social que supone el entrenamiento. Y esperemos también que, al fin, tengamos un equipo en categoría nacional, con el apoyo de las instituciones, y la superación definitiva de viejas rencillas entre los propios clubs, si no queremos seguir viendo la fuga constante de talentos (hermanos Garza, Pocholo, Borja Presumido en los últimos cinco años). Y Garralda levantó la copa.

*Profesor de Balonmano de la Facultad de Ciencias del Deporte en la Uex y colaborador técnico de la Federación Española de Balonmano