En su primera aparición olímpica, en el año 2000, cuando los Juegos viajaron hasta Sydney (Australia), Michael Phelps era apenas un adolescente de 15 años, que se coló en la final de los 200 mariposa y la concluyó en quinto lugar. En Río, ya con 31 años y padre de un niño pequeño que está presente en las gradas del Centro Acuático, el nadador de Baltimore siguió haciendo historia al recuperar el título de los 200 mariposa que le escapó en Londres y que levantó en Atenas y Pekín.

Phelps se colgó la medalla de oro con un tiempo de 1.53.36 minutos por delante del japonés Sakai Masato (plata) y del húngaro Tamas Kenderesi. En total, son ya 25 las medallas que cuelgan alrededor de su cuello, 21 de oro y la cuenta sigue abierta en la cita brasileña, donde está inscrito en los 100 mariposa y los 200 estilos. Y entre las poderosas razones que le empujaron a regresar a la alta competición, tras su amago de retirada después de Londres, aparece sin discusión la derrota que sufrió en los Juegos del 2012 en su prueba fetiche, los 200 mariposa, de la que, cuatro años después, se ha podido desquitar. Cuenta saldada.

"Esta prueba ha sido todo para mí. No le dije nada a nadie, pero hubiera sido muy duro perder. No podía haber imaginado nada mejor que ver el número uno al lado de mi nombre una vez más en los 200 mariposa", admitió, radiante de felicidad.

EN FAMILIA Phelps demostró ese enorme deseo nada más entrar en la piscina. Concentrado. La mirada fija en un punto en la piscina. Todos sus gestos demostraban determinación. Pasó por el primer 50 en segundo posición, por detrás del húngaro Laszlo Cseh. Pero a partir de los 100 inició su desfile triunfal con la grada puesta en pie.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de Phelps consciente de su conquista. Era su 20º medalla de oro, así que no pudo reprimirse y levantó los dos índices en alto en señal del triunfo. La victoria de un renacido.

"No sé por qué lo hice. Simplemente salió. Estaba con la adrenalina disparada después de la carrera. Después de ver repetida la final del 2012 (su derrota frente a Chad Le Clos), algo me encendió por dentro y quería ganar como fuera. Realmente ansiaba el título".

Su momento se prolongó con una vuelta a la piscina para recibir el calor de los aficionados y después para acercarse a la primera gradería, hasta donde subió para recibir el cariño de su madre, de su compañera y para besar a su hijo, Boomer, ajeno al día de grandeza, pero foco de los fotógrafos que no perdieron la oportunidad. "Solo quería abrazarlo, sostenerlo durante un rato. Cada noche nos vemos a través del teléfono. Y fue bueno ver que estaba despierto. Acostumbra a estar dormido a estas horas", descubrió.

Dispuesto a que la noche resultara inolvidable, el equipo de EEUU incluyó a Phelps en la final del relevo 4x200 libre y lo anunció poco antes de que se iniciara la jornada. Y el Expreso de Baltimore disfrutó de formar parte de un equipo, una sensación que le llena tanto como la competición individual para coronarse campeón al lado de Conor Dwyer, Tonwley Haas y Ryan Lochte. En sus manos quedó el último relevo, cuando sus compañeros ya habían hecho casi todo el trabajo. Otro paseo triunfal, para acabar con tres segundos de ventaja sobre Gran Bretaña (plata) y Japón (bronce).

"Hacer un doblete como ese fue mucho más duro de lo que recordaba, con solo una hora entre ambos. 21 oros es una locura. Es algo que me alucina. Pensar dónde empezó todo esto y de los que hemos sido capaces de hacer es especial", concluyó.