Si los grandes estadios de fútbol desprenden un simbolismo especial para sus aficionados, casi litúrgico, el de Anoeta supone mucho más que eso para Rubén, un vitoriano de 35 años al que el templo de la Real Sociedad le ha cambiado literalmente la vida.

Después de tres años malviviendo por las calles de San Sebastián, agobiado por la falta de trabajo, Rubén decidió hace ocho meses cobijarse en el perímetro del estadio del club donostiarra. Su último domicilio era un banco de la plaza de Irun, pero el frío y el mal tiempo hacían inviable continuar a cielo abierto. Echó un vistazo a la instalación y se cobijó en la puerta 20, en compañía de su perro Mundo. «Me puse aquí porque estoy más resguardado y no me mojo».

Su presencia allí no pasó desapercibida para algunos vecinos, que le ayudaban con pequeñas cantidades de dinero, algo de comida y la propuesta de alguna chapucilla para ganarse unos euros. «Que vivas en la calle no quiere decir que no seas una persona. Todos lo somos», reclama Rubén.

Al cabo de unos días, esa misma puerta 20 se abrió literalmente ante Rubén. «Salieron unos directivos del club y me ofrecieron un trabajo», contaba alucinado. «Después de tanto tiempo en esta situación, cuesta tener esperanza. No creía que todavía hubiera gente tan buena». Le propusieron un puesto como jardinero. «Primero durante dos meses, prorrogables en función de cómo vaya», explicaba feliz y con ganas de alquilar un piso o una habitación. «No puede creerse lo que le está pasando. Ya era hora de que le dieran buenas noticias», contaba un amigo suyo al Diario Vasco, cuya historia cambió su vida. H