Anoche Brasil sonrió al mundo por primera vez en mucho tiempo. La espectacular ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en el estadio de Maracaná, un auténtico desfile de Carnaval comprimido en 180 minutos, no defraudó a nadie a pesar de haber sido la más austera en los últimos años. Aunque solo fuera por tres horas mágicas, los corazones de los 208 millones de habitantes del primer país de Sudamérica en acoger unos Juegos Olímpicos batieron al unísono.

Cuando el mítico sambista Paulinho de Viola comenzó a cantar el himno nacional, los 70.000 espectadores del templo del fútbol olvidaron sus divisiones internas para sentir en sus propias carnes la emoción de albergar el mayor evento deportivo del mundo. A pesar de que el grito "Fora Temer" no faltó en Maracaná, una protesta por la presencia del presidente interino Michel Temer, el sentimiento de la mayoría fue el de tener la fiesta en paz y disfrutar el momento. No es ningún secreto que el pueblo brasileño siempre prefirió el amor a la guerra, la poesía al discurso político y la playa a las calles.

DEL FUNK A LA SAMBA La ceremonia buscó ante todo expresar la unión de los brasileños a través de sus dos tesoros más preciados: la música y el Amazonas. Desde el funk que escuchan millones de jóvenes en las favelas de todo el país, representado por las divas Anitta y Ludmila, hasta la clásica música popular brasileña de los inagotables y eternos Caetano Veloso y Gilberto Gil para concluir con un extraordinario desfile carnavalesco de 500 pasistas de las 12 mejores escuelas de samba de Río. Un acompañamiento de lujo para los 10.500 atletas de 206 países que desfilaron como si se encontrasen desfilando por el mismísimo Sambódromo.

Entre tanto color y diversión es probable que el inmenso valor simbólico de la fiesta olímpica pasase inadvertido para los 3.000 millones de telespectadores en todo el mundo. Brasil, el gigante amazónico, conseguía hacer realidad su sueño de acoger los primeros Juegos de la historia de América del Sur.

Lo que comenzó en el 2007 como un capricho del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, se materializó dejando claro al mundo que los países de este rincón maltratado del planeta también tienen el orgullo, la dedicación y la capacidad necesarias para organizar grandes eventos sin tener un asiento fijo en el club de los más ricos.

DOS GRANDES AUSENTES A pesar de los atrasos, la dureza de la crisis económica y la fuerte crispación política, los cariocas sacaron fuerzas de flaqueza para sacar adelante la guinda de un pastel que se inició con la salida de la pobreza extrema de 35 millones de personas, la erradicación del hambre y el destierro del analfabetismo.

Es cierto que los padres de la criatura, Lula da Silva y Dilma Rousseff, fueron los grandes ausentes de la fiesta en Maracaná, pero nadie duda de que, pegados al televisor de sus residencias oficiales, llegaron a derramar alguna lágrima en el momento en que el fuego olímpico iluminó el cielo de la cidade maravilhosa .

EL HANDICAP DE PELE Un instante que se hizo esperar durante unos años y que, por desgracia, no perdonaron a O Rei del fútbol. A primera hora del viernes, el legendario Pelé anunció en un comunicado que a sus 75 años no se veía con fuerzas para asumir la tarea de encender el pebetero olímpico. Quizá, por ironías del destino, la ausencia de los tres personajes más relevantes de la historia reciente del país quiera marcar un nuevo inicio para Brasil.

La oportunidad de convertir los Juegos Olímpicos en un punto de inflexión para el país está servida. Del éxito o fracaso de los próximos días dependerá en gran medida el destino de una nación que años atrás llegó a tocar el cielo con los dedos pero que ahora debe demostrar que será capaz de mantenerse en pie cuando la economía se derrumba. Los atletas de Brasil saben que llegó la hora de recuperar el orgullo perdido, la historia les espera y su público estará con ellos.