Mario Draghi ha entrado a formar parte de ese grupo de personajes históricos a los que se recuerda por una frase decisiva: «Dentro de nuestro mandato, el BCE está preparado para hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Apenas una veintena de palabras pronunciadas ante un grupo de inversores internacionales en Londres en julio del 2012 disiparon el temor de los mercados a la ruptura de la Unión Monetaria en el peor momento de la crisis de la deuda soberana europea. El hombre que «salvó el euro», como reconocía la placa que recientemente le entregó el Parlamento Europeo, dice adiós hoy a la presidencia del Banco Central Europeo (BCE) pero, pese a sus éxitos, lo hace con el sabor agridulce de la inédita división interna que deja en la institución.

Super Mario, el apodo por el que también se le conoce y que su sucesora, Christine Lagarde, cree que merece por ser «superinteligente», no ha sido un banquero central típico. Tras una larga carrera en el sector público (Banco Mundial y Tesoro y banco central en Italia) y un paso más limitado por el privado (vicepresidente y director general del negocio internacional de Goldman Sachs), Draghi (Roma, 1947) sustituyó al francés Jean-Claude Trichet hace ocho años, después de que el alemán Axel Weber renunciase a ser candidato por su oposición al primer programa de compra de deuda pública de países en crisis, como España.

CONTRA LOS HALCONES / Si algo ha marcado el mandato del italiano ha sido precisamente esa tensión dentro del consejo de gobierno de la institución entre los considerados halcones, partidarios de una política monetaria ortodoxa y limitada, y los llamados palomas, favorables a ir todo lo lejos posible dentro de los límites legales de actuación. Al contrario que otros bancos centrales como la Reserva Federal estadounidense, el mandato del BCE se limita a lograr la estabilidad de precios, sin tener en cuenta el crecimiento o la creación de empleo, con lo que Draghi ha tenido que estirar al límite la interpretación de las normas para sacar adelante sus medidas sin precedentes.

Durante el mandato de Trichet, la institución monetaria actuó de manera más colegiada y reactiva. Draghi optó por un enfoque más presidencialista y por tomar la iniciativa ante el riesgo de ruptura del euro. Su principal aportación ha sido convertir el BCE, que a su llegada apenas tenía 13 años de vida, en un banco central moderno y que cuenta con instrumentos de actuación equiparables a sus homólogos internacionales. Nada más llegar, dio marcha atrás en apenas dos meses a las dos subidas de tipos aprobadas con su antecesor. Y en los años posteriores ha llevado los tipos a negativo, ha inyectado liquidez masiva a la banca y comprado deuda pública y privada por valor de 2,6 billones.

la opinión de los detractores / Estas iniciativas, según el propio banco central, son responsables de 2,7 puntos de crecimiento del PIB de la zona euro entre el 2015 y el 2018. Sus detractores señalan que a costa de disparar el balance de la institución, de dejarle casi sin margen para afrontar nuevas crisis, y de haber convertido de facto al BCE en el financiador de último recurso de los países con problemas, desincentivando que estos corrijan sus déficits públicos. De hecho, el otro momento decisivo de su mandato sucedió cuando se opuso a las presiones para que dejara de financiar a los bancos griegos en el 2015, lo que en la práctica hubiera supuesto la salida del país del euro.

La reactivación de las compras de deuda decidida en septiembre ha abierto la caja de los truenos. Los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, Austria, Países Bajos, Estonia y, en un gesto poco habitual, Francia se opusieron públicamente a la medida y la germana Sabine Lautenschläger, una de los seis consejeros ejecutivos del BCE, presentó su dimisión. El mercado lo ha interpretado como un intento de marcar el terreno a Lagarde, ya que Draghi ha ignorado a los halcones en los últimos años, sabedor de que contaba con una mayoría suficiente de consejeros.