Los catalanes expresarán hoy con su voto cómo y por quién quieren ser gobernados durante los próximos cuatro años. Lo que está en juego parece motivo suficiente como para no abandonarse a la indolencia: un presupuesto de unos 30.000 millones de euros anuales (casi cinco billones de pesetas) y la determinación de las prioridades y los acentos que han de guiar la administración de esa suma.

Eso lleva implícito, por supuesto, la definición del signo de las políticas de educación, sanidad y bienestar social. De economía, industria, medio ambiente e infraestructuras. De organización territorial, vivienda, inmigración, juventud, tercera edad, etcétera.

Muy reciente aún la gestación del Estatut, ensordecedora y agotadora para una gran mayoría social, los candidatos han esquivado excepcionalmente en esta campaña el debate sobre el autogobierno y la identidad nacional. Apenas ha habido un par o tres de encontronazos a cuenta de la lengua en que hubiera debido hacerse el nunca celebrado cara a cara entre el nacionalista Artur Mas y el socialista José Montilla, y otras dos o tres polémicas, quizás más eufemísticas, sobre el origen andaluz del presidenciable del PSC.

EL RASGO DIFERENCIAL Un hombre de extracción humilde nacido entre los olivares de la serranía cordobesa, emigrado a Cataluña en busca de una vida mejor, convertido en el 128 presidente de la Generalitat. Esta posibilidad es, seguramente, el principal rasgo diferencial de estas elecciones. Una novedad de fondo que los socialistas no han dudado en enarbolar para tratar de motivar a los trabajadores de raíz inmigrante que pueblan las áreas metropolitanas.

Esa novedad pilló a Mas con el paso cambiado, temeroso de que cuestionar la partida de nacimiento de su rival le descalificara en la batalla por el voto metropolitano. Solo a última hora el nacionalista cometió la temeridad de afirmar que Montilla es candidato gracias a la política de integración de los gobiernos de CiU en los años 80 y 90.

El pueblo de Cataluña se juega hoy, además de la administración de los 30.000 millones anuales citados, el establecimiento de los criterios para la negociación con el Gobierno central sobre el desarrollo y la aplicación del flamante Estatut. Y también, por qué no, la recomposición de la perjudicada imagen de Cataluña.

Todo eso, y más, se juegan hoy los catalanes. Aunque hay una gran probabilidad de que la incógnita no quede despejada hoy mismo. Si el recuento no alumbra un vencedor inapelable, la multiplicidad de alianzas posibles puede prolongar la incertidumbre varios días más.

Los candidatos, obviamente, también se la juegan en las urnas. Esta afirmación podría sonar a perogrullada, pero no lo es. Algunos cabezas de lista se juegan algo más que la consabida victoria o derrota electoral.

En el caso de Artur Mas --a quien no le basta ganar para gobernar si el tripartito suma la mayoría--, el veredicto electoral pondrá a prueba la fortaleza de su liderazgo en CDC y la firmeza de las costuras de CiU.

Cuando los convergentes quedaron apeados del poder en el 2003, después de 23 años consecutivos de hegemonía política nacionalista, cundió la idea de que CiU solo tenía viabilidad y futuro en el Gobierno; que en la oposición, alejada de los centros de poder y de los principales ayuntamientos del país, y huérfana del liderazgo carismático de su fundador, Jordi Pujol, se desharía como un azucarillo en beneficio del PP, por su flanco más derechista; de ERC, por el más nacionalista, y del PSC, por el más progresista.

PRONOSTICO FALLIDO Pero ese augurio no se cumplió. Tras unos primeros meses noqueados, los nacionalistas, con Mas en cabeza, levantaron el vuelo. A ello contribuyeron de forma notable las estridencias del tripartito y el empecinamiento estatutario de Pasqual Maragall, que colocó la pelota en el terreno de CiU. Luego, con una jugada magistral, Mas dribló a una Esquerra bisoña y pactó el Estatut con Rodríguez Zapatero. Recuperó la iniciativa, empujó a ERC fuera del centro del tablero, indujo el colapso del tripartito y se colocó en situación de aspirar a recuperar el poder.

Solo dos años atrás, muchos lo consideraban un cadáver político. Pero ahora se enfrenta a otra prueba de fuego. Con un equipo muy reducido de colaboradores en CDC, amortizada la vieja guardia pujolista, y con el astuto democristiano Duran Lleida observando cada uno de sus movimientos, el liderazgo interno de Mas puede resultar maltrecho si CiU acaba en la oposición.

En el PSC, tras la revolución de los capitanes, no hay una alternativa mínimamente organizada al capitán general Montilla. Pero su autoridad quedará mermada si, después de haber forzado el relevo de Maragall, los socialistas se ven de vuelta en los bancos de la oposición. "Si las cosas van mal, no habrá noche de los cuchillos largos; sencillamente porque nadie tiene cuchillos", resume un dirigente socialista.

CAROD, EN LA CUERDA FLOJA El republicano Josep Lluís Carod-Rovira sí parece abocado, según diversas fuentes de la dirección de ERC, a ceder el paso a corto plazo a su correligionario Joan Puigcercós. Este último controla por completo la organización republicana, en la que Carod carece de apoyos significativos. Solo un resultado similar al del 2003 podría detener los acontecimientos. Si no, el relevo está decidido.

En el PP catalán, Josep Piqué necesita también un buen resultado para consolidar y hacer valer su apuesta política y personal por una derecha civilizada, moderada, capaz de instalarse en los espacios centrales del electorado, frente al extremismo derechista y nacionalista (español) de gran parte de la dirección del partido, representada por Eduardo Zaplana y Angel Acebes.

El ecosocialista Joan Saura es el candidato que afronta menos incógnitas internas. No hay discusión sobre su liderazgo en ICV y, además, las encuestas electorales le van viento en popa.