Hace ya algún tiempo que a la ecuación que forma el ciclo atentado de ETA, condena general y reproches entre partidos se sumó una respuesta policial cada vez más rápida. Apunta en esa dirección Pérez Rubalcaba cuando promete la cárcel como horizonte inmediato a quien se suma a la violencia terrorista. Y redunda en el argumento la última operación, en la que se anuncia la desarticulación del comando Vizcaya menos de 48 horas después de que se le atribuyese la colocación de cuatro bombas en playas de Cantabria.

La sucesión de los hechos da la impresión de que el movimiento en espiral que se reproduce cada vez que ETA atenta reduce su longitud de onda. Como si a cada vuelta al tornillo le siguiera un giro cada vez más cercano al anterior, con la expectativa de que las muescas de esa espiral acaben confluyendo y la acción policial termine por anticiparse a la terrorista hasta paralizarla por completo. Es el tan deseado final policial del conflicto violento en Euskadi. No creo en él. El engranaje social suelta virutas que no encajan y acaban por hacer saltar una biela.

Algunas veces es un conductor suicida; otras, alguien que se siente en la misión de salvar sus valores apaleando inmigrantes. Y en Euskadi se adereza ese fenómeno con una épica revolucionaria de liberación del pueblo a espaldas del pueblo. No van a dejar de saltar virutas y sigue habiendo quien las canaliza y las convierte en miembros legales. Sería bueno, por tanto, además de no cejar en la actividad policial contra el delito, que se limaran los filos que hacen saltar esas virutas siempre en la misma dirección. Pero parece que estamos lejos de eso.

Ibarretxe es objeto de una crítica atroz por su insistencia en tratar de empujar el carro de un modelo de convivencia amable en Euskadi y con España, a base de sustituir la fuerza de los bueyes por la suya propia. Pero es de las voces que con más contundencia azota a los terroristas y desenmascara su discurso nacional-liberador. Ese que canaliza las virutas hacia el cesto de ETA. Frente a ese discurso, que es del lendakari y de todo el nacionalismo democrático, a Antonio Basagoiti se le escapó el domingo una declaración de manual que asemeja el suyo al de San Gil y sugiere que, más allá de personalismos, el cambio de discurso, fondos, viajes y alforjas, está por hacer en el PP vasco.

Una declaración en la que lo sustancial, más allá de la violencia de los atentados, está en formular la coincidencia de objetivos de todo el nacionalismo, asimilando así la causa de ETA a la de todo aberzale. Una falacia que sirve para remontar la espiral del tornillo sin llegar a ninguna parte y que afila el engranaje para poder decir que siguen saltando virutas y, mientras así sea, no debe haber política.