Celestino Corbacho Chaves (Valverde de Leganés, Badajoz, 1949) sabe lo que representa. Y lo defiende con pasión. Es un catalán que llegó a Barcelona con 13 años. Y que pedirá siempre las competencias que necesite si son para prestar mayores servicios a los ciudadanos, aunque su vocación catalanista no sea algo innato, producto de la cultura o de la lengua catalana. Rehúye del discurso identitario para volver siempre a la gestión local, como alcalde de L´Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña, que dirige desde 1994. Ahora lo podrá demostrar como ministro de Trabajo.

Un hombre que habla claro

Corbacho es atento. Le gusta preguntar qué hace cada uno. Cómo le va. Y de inmediato explica su teoría sobre la necesidad de que los alcaldes ofrezcan respuestas rápidas cuando hay problemas. Más allá de los presupuestos, Corbacho considera que hay que estar en los sitios, ver a la gente, como los periodistas cuando buscan noticias. Le gusta hablar claro. Si la izquierda prefería hablar con cuidado de la inmigración, con un exquisito vocabulario acerca de la multiculturalidad, Corbacho proponía en los últimos años "autoridad y orden" para garantizar la convivencia. Su argumento es que la falta de seguridad perjudica a los más desfavorecidos, así que la izquierda no debe dejar que la derecha se apropie de esa cuestión.

Dudó en 1976, pero no lo hizo en el 2003. En los años de la transición a la democracia, el también presidente de la Diputación de Barcelona, con uno de los sueldos públicos más altos de España, se afilió a la federación catalana del PSOE. Pero valoró entrar en el PSC Congrés de Joan Reventós. Prefirió el discurso directo de Felipe González. El socialismo catalán se unificó. Y, con el primer tripartito, aunque él nunca ha querido referirse a ello, se le atribuye la recepción de una llamada tenebrosa desde Madrid: que liderara un PSOE desgajado del PSC. Ni pensarlo. Para Corbacho el PSC no debe tener problemas con el PSOE. Pero él es del PSC.

Y fue Trinidad Jiménez quien le presentó a José Luis Rodríguez Zapatero en los preparativos del 35º congreso del PSOE, en el 2000, que aupó al hoy presidente del Gobierno a la secretaría general. Almorzó con él y con José Montilla. Ahora será ministro.