Aunque Zapatero no ha dejado de repetir en las últimas semanas que en este momento solo movería una ficha, la de la sustitución de Celestino Corbacho, en círculos próximos al Gobierno sigue sin descartarse una remodelación más amplia. Esa remodelación que se frustró en julio, al parecer por el cabreo del presidente por la sucesión de filtraciones a la prensa de sus intenciones sobre qué ministros poner y quitar y, en particular, por la que sugería que Leire Pajín dejaría la secretaría de organización del PSOE para incorporarse al Ejecutivo, un rumor que algunos socialistas atribuían a rivalidades internas.

Descartado el gran cambio en aquel momento, personas del entorno de Zapatero siguen insistiendo en la urgencia de remodelar el Gobierno para darle oxígeno, dotándolo de más peso y solidez política. Lo cierto es que si el Gobierno era malo en julio sigue siéndolo en octubre y, por tanto, susceptible de mejorar mediante una amplia remodelación. Pero ese relevo ministerial a gran escala es el último cartucho que le queda a Zapatero para tomar aire y poder afrontar con más energía lo que resta de legislatura, medidas y reformas anticrisis incluidas.

Precisamente porque esta puede ser su última oportunidad de tomar impulso, el presidente debe encontrar el momento más adecuado para hacer esa crisis y además tiene que acertar en las personas que quita y pone, lo que no deja de ser un reto de vértigo, ya que cualquier equivocación que cometa, por pequeña que sea, le pasa ahora una factura elevadísima en su maltrecho índice de popularidad.

Acertar en el manejo de los tiempos y en el nombre de los elegidos es la clave de una remodelación exitosa, porque precisamente esos cambios en el Ejecutivo le tienen que servir para salir del agujero y recuperar el apoyo de los ciudadanos. De ahí la impaciencia de algunos, pero también la resistencia del presidente a precipitarse. No debió frenar la crisis en julio, porque aquel era el momento más adecuado. Pero ahora, con la tramitación presupuestaria en marcha y las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina, sería más recomendable que esperara a final del año. Más que nada, porque el nuevo Gobierno puede quedar chamuscado con las brasas de un mal resultado del PSC, que obligara a José Montilla a abandonar la Generalitat y se vendiera en el resto de España como un fracaso de los socialistas y, por tanto, de Zapatero.

Entre el sorteo de Navidad y el roscón de Reyes podría situarse el tiempo del cambio. Refrescar el equipo gubernamental permitiría a los socialistas afrontar las elecciones municipales y auto- nómicas de mayo con savia nueva y renovadas energías. Y, a lo mejor, no llegar ahogados a una meta que los socialistas ven tan difícil como ascender a la cima del Tourmalet.