Uno pensaba que desde que Artur Mas fue al notario a que levantara acta de su compromiso de no pactar con el PP si lograba gobernar en Cataluña, mentarle el notario a cualquier candidato le producía automáticamente urticaria. Aquello fue en octubre del 2006, antes de las penúltimas elecciones a esa comunidad. Y ya se sabe qué pasó: que las elecciones las ganó Montilla, que Mas se quedó en la oposición, y que se reeditó el tripartito. Cuatro años después Mas ganó sin necesidad de pasar por la oficina del fedatario.

Alguien debería haberle advertido al candidato socialista a la Alcaldía de Mérida, Angel Calle, que los notarios y las notarías los carga el diablo. Pero nadie lo ha hecho, porque Calle se plantó ayer ante un notario y, rodeado de los suyos, le pidió, no que levantara acta de su compromiso inquebrantable con llevar a cabo esta o aquella promesa de mayor enjundia, como Mas en el 2006, qué va, sino de su programa electoral enterito, de la ´a´ a la ´zeta´. No cuentan las crónicas si Calle rubricó su firma con una declaración tan rotunda como su gesto. Algo así como: "Yo por mi programa, mato". Pero podría haberlo hecho, dado el énfasis.

"¿Tan poco vale la palabra de un político sin acta notarial? ¿Podremos denunciarlo ante los tribunales en caso de incumplimiento? ¿No contribuyen estos actos a deteriorar más todavía la actividad política ante los ciudadanos?" Estos dardos envenenados no son míos, sino del entonces ministro Jordi Sevilla, incluidos en su blog y a propósito de aquella decisión de Artur Mas. Sevilla es correligionario de Angel Calle.