TTtengo que confesarles que no veo demasiado la televisión, y menos a horas intempestivas. No por nada, sólo que hay cosas que tengo o me apetece hacer más que sentarme delante de una pantalla. Y, vaya, que por las mañanas hay que madrugar y no es plan quedarse hasta las tantas con las pestañas alzadas. Pero, aunque no frecuente mucho el medio, sí sé que cuando se acaban las series, los concursos y las películas, llega la hora de videntes, astrólogos y adivinos.

Desde hace unos años, y aprovechando las posibilidades tecnológicas que ofrecía la Televisión Digital Terrestre, hemos visto como nacían multitud de canales en abierto. Y con la floración de nuevos canales, comenzaron a proliferar en las parrillas televisivas de la franja de madrugada, los programas de cartomancia.

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que la cartomancia "es el arte que pretende adivinar el futuro por medio de los naipes". Y qué quieren que les diga, que echando un vistazo a estos espacios televisivos, que son motivo de guasa en numerosos programas de humor y zapping, uno se da cuenta de que el arte que dominan no es el de la predicción del futuro, sino el de la estafa, el embauque y el timo.

Los artistas de este tinglado suelen ser personajes peculiares, entresacados de lo más selecto de una fauna de frikis que viven del cuento. Aparecen en pantalla ataviados con llamativos ropajes, que les confieren un look hortera. Parece que expelen aromas a incienso y aceites esenciales que, combinados con el aura casposa que los envuelve, crean un ambiente irrespirable hasta desde casa.

XPERO HAYx quien no lo huele. Gente que cae en sus redes, dejándose engañar por sus mentiras e invenciones, por sus lecturas vacilantes y sus ficciones de cocción rápida. Personas que gastan su dinero en llamadas de largo minutaje, que se alargan artificialmente mientras los cartomangantes meten mano en los bolsillos de incautos que caen en el error de teclear en sus teléfonos los números que aparecen sobreimpresos en pantalla.

De todo esto, sorprende que aún haya gente que crea en estos monigotes televisivos y en sus fábulas absurdas. Y como sorprende esto, asombra e irrita saber que hay directivos de cadenas de televisión que aprueban la emisión de este tipo de programas, y autoridades públicas que consienten estas estafas televisadas, que miran para otro lado mientras los cartomangantes, y quienes los auspician, sangran a los crédulos taciturnos que yerran buscando esperanza y consuelo donde sólo pueden hallar farsas elaboradas por personajes que no tienen ni vergüenza ni facultades para la adivinación.