La vida vista por un guitarrista llamado Rodolfo, nacido en Albacete, hijo de extremeños del valle del Ambroz, profesor en un instituto de enseñanza secundaria cacereño, músico de orquestas verbeneras, empresario de producciones musicales, bohemio en París, afamado concertista de guitarra clásica en Portugal...

Tenía 14 años cuando acudió con su instituto a un concierto en la fundación Juan March de Madrid. Tocaba el pianista Joaquín Soriano la polonesa número 6 de Chopin y en ese justo momento, Rodolfo José Rodríguez decidió que de mayor sería músico. Trece años después, obtenía el título superior de música en el conservatorio de Salamanca en la especialidad de guitarra.

Pero la música no es sólo tocar.

-- Lo más duro es la formación, pero una vez acabada esa fase, hay que olvidarlo todo, no creerse nada y empezar a vivir. Lo importante es todo lo que rodea a la música y procurar que esta vida no sea un aburrimiento. Por ejemplo, algo que hice durante muchos años fue dedicarme a tocar por los pueblos de Castilla y del norte de Extremadura en orquestas verbeneras. Empecé con 22 años y aquello me permitía comer. Yo era profesor en una cademia de Salamanca donde daba clases de guitarra. Una tarde aparecieron por allí tres albañiles de Buenamadre, un pueblo cercano a Ciudad Rodrigo. Querían asistir a mis clases y acabaron fichándome para su orquesta. Anochecer Show se llamaba, ensayábamos en el salón de baile del lugar y cuando empezábamos a tocar, se espantaban todos los perros del pueblo. En aquellos años había baile todos los fines de semana en los pueblos de Castilla y sacábamos unas pesetas. Viajábamos en una furgoneta marrón que habíamos comprado en una subasta de la policía nacional. No le cambiamos el color y no se sabía si llegaba la orquesta o las fuerzas antidisturbios. Al final, nos pagaban, guardábamos la pasta y a otro pueblo. Recuerdo a un alcalde de un pueblo de Tierra del Vino, en Zamora, que al acabar la actuación llegó con su barrigón, su traje y su banda con la bandera de España rodeándole el cuerpo, sacó un fajo de billetes y nos pagó diciéndonos que no nos hacía factura porque no nos iba a tener que pagar más. Después, el mundo de las orquestas se complicó, hubo que montar empresas. Toqué con Doland Show , con Escalera de color , con Enigma ...

CHICAS, MUSICA Y PELEAS

Hay una mitología de las orquestas: el ligoteo, las chicas, las peleas, los músicos huyendo a pedradas...

-- Hombre, en algún pueblo te amenazan con echarte al pilón si no les tocas otra y, como dice el sabio Antonio Muriel, una verbena en la que no hay una pelea a las tres de la mañana, no es una verbena ni es nada. En cuanto a lo de ligar, pues es como en la vida misma: siempre liga el batería de la melena rubia. Las chicas de la orquesta son unas grandes profesionales que montan el escenario y el equipo, se visten, se maquillan, cantan y vuelven a desmaquillarse y a desmontar el escenario, son grandes trabajadoras y las admiro.

Ha recorrido usted media España de verbena en verbena. ¿Dónde se toca mejor?.

-- Sin duda, en Las Hurdes. Ahí te demuestran cariño, son simpáticos... Para mí, el mejor pueblo es Martilandrán. He tocado allí siete u ocho años y tengo a buenos amigos como El Ruso, que lo llaman así por el bigote rubio, los ojos azulísimos, como de lobo y su pinta... pues eso, de ruso. En Martilandrán tocabas y cuando estabas a punto de acabar, los de la barra te contrataban para que tocaras otra hora más y acababas al amanecer. En Las Hurdes son reservados, pero muy listos. Tú llegas y de una mirada te hacen la foto. Es una zona muy divertida. Son especiales: prevenidos, pero hospitalarios. En las orquestas aprendes enseguida a ver cómo son las gentes según las tierras que habitan. En Tierra de Campos, por ejemplo, con esas llanuras infinitas como un mar de trigo hermosísimo: allí no había peleas casi nunca. Será porque tienen tanto espacio desde siempre que no tienen que pelearse por él. En otros sitios es distinto.