A punto de cumplir ya cuatro décadas trabajando como psicóloga clínica, Guadalupe Andrada preside la Fundación Inpa Framaguad, una entidad sin ánimo de lucro ubicada en Cáceres y que trata y previene el acoso escolar desde el 2013. Cada año atiende a medio centenar de jóvenes, tanto víctimas de bullying como agresores, con una asistencia que es completamente gratuita —y durante «todo el tiempo que sea necesario»— cuando la familia del menor no supera los 18.000 euros de ingresos anuales. Para el resto, tiene un coste simbólico de 20 euros. Andrada insiste, en cualquier caso, en atajar el problema antes de que surja. «Como no se haga un tratamiento preventivo y sistemático desde edades tempranas, mínimo desde cuarto de primaria, este va a seguir siendo un problema de salud pública muy severo», avisa. Solo en lo que va del 2019 ha tenido que tratar a media de decena de menores con intentos de suicidio, jóvenes «con una depresión vital, a los que hemos tenido que llevar de la mano para que salieran de este atolladero. Es un tema muy serio».

—Las estadísticas del Ministerio del Interior muestran que las ciberinfracciones se están disparando en la región, ¿perciben que se está produciendo un aumento importante también en los casos de ciberacoso entre menores?

—En esta clase de estadísticas no se refleja la realidad del día a día de la fundación. Hay muchos chavales que padecen ciberacoso pero que no lo denuncian porque no se atreven. Es tremendo. Cada vez nos llegan más casos, vemos a niños y jóvenes que están hechos polvo por este tipo de acoso. En ocasiones animamos a denunciar, pero también es importante que la gente emplee los recursos de mediación. Hay casos muy severos que pueden solucionarse por esta vía, bien con recursos públicos, bien de entidades privadas como la nuestra. La mediación es muy importante porque a veces logra que los problemas se solucionen antes y de lo que se trata es de que las personas que sufren las vejaciones dejen de padecerlas lo más pronto posible. En los centros públicos, los protocolos funcionan muchas veces.

—¿Cuáles son los tipos de hechos más habituales?

—Insultos y calumnias, hablar mal de alguien, diseminar en todo el contexto social de esa persona a través de las redes insultos referidos a ella o información vejatoria, aunque no sea real. También hay mucha presión machista. Mensajes como «No se te ocurra ponerte esta falda» o «tú no estás donde me estás diciendo». El trato vejatorio a las mujeres se ha incrementado. Y luego las relaciones de posesividad sobre las amistad, que se establecen especialmente entre chicas. Relaciones de mejores amigas en las que a menudo se generan unos celos enormes y la percepción de que se ha producido una traición cuando una de ellas tiene amistad con otra de fuera del grupo, lo que puede acabar en acoso, sobre todo a través de Whatsapp.

—¿A qué edad suelen comenzar los casos de acoso?

—Con once o doce años, pero incluso ya los hay en quinto de primaria [diez años]. El ciberacoso aumenta a partir de los 13 años. Según Anar, la media de edad de agresores y agredidos se mueve entre los 13 y los 14 años.

—¿En qué han cambiado las nuevas tecnologías la forma en la que se lleva a cabo el acoso?

—Ahora el potencial del acoso, su onda expansiva, es mucho mayor. La redes lo amplifican muchísimo más. La mayor parte de estos casos, yo diría que un 85%, vienen, además, del ámbito escolar y se extienden luego por las redes. Y si no parten del ámbito escolar, lo hacen de las pandillas, que arremeten contra alguien por cualquier cuestión. Los críos hablan muy mal de las otras personas. Eso se ha hecho siempre, pero ahora el impacto es mucho mayor.

—¿Son conscientes las autoridades de este problema?

—Sí son conscientes, pero no hay recursos para encauzarlo. Hay unos protocolos en educación, pero no es suficiente. Nosotros peleamos porque se hagan talleres preventivos en los centros educativos y de una forma sistemática. De hecho, nuestra fundación los lleva a cabo en los colegios de primaria y en primero del la ESO, fundamentalmente, a lo largo de todo el curso académico. Son de 14 o 16 sesiones de una hora, en las que encauzamos todos los casos que pueda haber de vejaciones a otras personas de ese grupo de iguales o que incluso puedan estar produciéndose fuera de él, en el recreo, por ejemplo. Los comportamientos y las actitudes no se arreglan con una charla, que es más que nada, pero no es suficiente. A la par que eso, a partir de este año hemos institucionalizado los talleres preventivos con madres y padres. Hemos visto que impartir esta formación paralela es muy eficaz. Todo esto la Administración no lo desarrolla. En este sentido, también es necesario que la sociedad civil se implique. Que los directores o los claustros de los colegios sean conscientes de la importancia de formar a sus alumnos en valores de convivencia, inclusión o igualdad. Los chicos irán, además, mejor académicamente y habrá menos conductas disfuncionales. Sin embargo, hay algunos centros educativos que son reticentes.

—¿Qué impacto tiene el acoso en el futuro de estos niños?

--Alguien que es acosador en el colegio va a seguir siéndolo si no se le encauza. Será seguramente una persona maltratadora con su pareja o que tendrá un comportamiento disfuncional en casa. Y si consigue estar capacitada para un trabajo, laboralmente será un compañero acosador. Son unos pobres diablos, porque la gente que es feliz, vive y deja vivir. Y en el acosado, la huella es tremenda. A lo mejor, ya en la universidad, siguen muy vulnerables, temerosos. Son personas tremendamente tímidas, a los que les cuesta mucho trabajo hablar en grupo, que interpretan de manera negativa cualquier gesto o comentario de los demás… Les cuesta muchísimo trabajo desarrollarse plenamente. Esa losa de persona no válida la pueden tener mucho tiempo y, en el peor de los casos, llegan a atentar contra su propia vida.

—¿Ha variado con internet el perfil de los menores acosadores o el de los que son acosados?

—Lo que detectamos es algo muy terrible, que se ha incrementado la frialdad afectiva de los chavales, de chicos y chicas que son insensibles a los sentimientos de los demás. La banalización de la violencia puede haber contribuido a que haya aumentado esta frialdad afectiva. Y eso ha hecho que tanto el acoso como el ciberacoso hayan aumentado.

—¿De dónde puede derivar esta frialdad?

—Del consumo sin ningún tipo de supervisión por parte de los padres de todo lo que aparece en internet. Del acceso a imágenes brutales o de que jueguen con determinados videojuegos en los que de lo que se trata es de hacer daño, además de modelos de referencia nefastos como algunos youtubers o personas cercanas. Todo esto hace que los niños se insensibilicen ante el dolor ajeno o que se rían de los demás.