No se quien lo dijo. Quizás fuera San Agustín. De 10 personas, una es buena, una es mala y las 8 restantes son buenas y malas. Considero importante que estemos de acuerdo en esto. No digo que acordemos el número, porque creo que casi todos somos buenos y malos, y que hay muy pocas personas que sean buenas solamente o malas solamente. Creo que ni tu jefe llega a ser una persona mala. Yo no conozco personas malas.

Lo que realmente quiero acordar contigo antes de seguir es que tú eres bueno y malo. Yo te lo reconozco por si eso te ayuda a decidirte. Y me costó a pesar de que había leído la novela de Stevenson sobre Mr. Jekill y Mr. Hyde, pero cuando leí esta historia no me «aplique el cuento», como tantas veces.

Podríamos decir, que la mayoría de las personas que conoces, incluyéndote, tienen un lado malo. Por tanto, ¿por qué somos tan poco tolerantes con las maldades de los demás? No me refiero a asesinatos o robos. Me refiero, por ejemplo, a que tu compañero de trabajo quiera figurar más de la cuenta o a que tu pareja llegue tarde a una cita o a que tu hijo no estudie. No solemos ser tolerantes con estos comportamientos, a pesar de ser muy similares o incluso «menos malos» que nuestros comportamientos malos.

Para escribir esto me he inspirado en Rafael Santandreu que lo explica muy bien en su libro El arte de no amargarse la vida.

Concluyo que de nosotros depende el quedarnos con lo malo o con lo bueno del otro. Y que ya que sabemos que todo el mundo es malo, y también bueno, sería normal saber perdonar. Pero realmente, ¿qué tenemos que perdonar? El perdón no existe para las «grandes personas» ya que para ellos no hay nada que perdonar. Piensan que los demás son tan imperfectos como ellos mismos y que si perdonas es porque antes te has sentido agraviado. En el fondo, si perdonas es porque antes has reñido, gruñido o te has quejado de otros y eso no es más que una falta de aceptación de la vida.

Por tanto hay tres posibles respuestas al mal comportamiento del otro.

Tú, ¿reprimes, perdonas o no perdonas?