TCtuando el hombre practicaba la caza como una actividad para alimentarse y la convirtió en un ejercicio entre guerras, dejó de ser una empresa fundamental para su vida. Hoy día, en nuestro mundo occidental ha acabado siendo un deporte, que en el caso de Extremadura tiene una gran importancia tanto por su vertiente social como económica. Pero, al margen de todas las connotaciones deportivas o sociales, la caza suministra un ingrediente fundamental: la gastronomía de la carne de caza.

José Ortega y Gasset escribió: "La caza es todo lo que se hace antes y después de la muerte del animal. La muerte es imprescindible para que exista la cacería". En este pensamiento encontramos que la gastronomía referente a la caza es parte fundamental de ella, teniendo en cuenta que la preparación de las piezas o presas de caza han pasado a lo largo de la historia por una evolución, como poco, interesante, puesto que el hombre en su comienzo comenzó asando las piezas en brocheta y eran privilegio para el cazador y una vez satisfecha su hambre, el resto del animal se repartía entre su familiares. A lo largo de toda la Edad Media y hasta el siglo XVIII la caza fue un deporte privilegio de los señores cortesanos, que solían comerla asada al final de la jornada, mientras que el pueblo practicaba el furtivismo por necesidad para poder saciar su hambruna.

XEN LA ACTUALIDADx podemos encontrarnos grupos numerosos de cazadores tomando café y charlando animadamente en las mañanas de los finales de semana, dando la impresión que es más importante esos momentos que los de caminar entre jaras o rastrojos en busca de la pieza, pues lo importante son las relaciones entre aquellos que tienen las mismas inquietudes, que tener inquietud por encontrar alguna liebre que echarse al morral.

Pero para el que suscribe, la presa la prefiere en la tabla de la cocina y en la olla, más que en su correteo por el campo. Curiosamente he constatado durante años, que un porcentaje significativo de cazadores son más aficionados al propio juego de caza que la presa en el plato. Pero para los que encontramos en la gastronomía una manera de placer, la presa de caza es todo un manjar, tanto sea menor o mayor. ¿Quién no encuentra un goce en un arroz con liebre o un solomillo de jabalí?

La carne de caza es una carne roja y magra, con un sabor y una textura característica, que la hace distinta a todas las demás. En ella encontramos la fuerza y los sabores de la naturaleza. Nos invita a un vino rojo y a una charla de sobremesa pausada y amigable. Tiene la virtud de combinarse con hierbas aromáticas y condimentos que refuerzan su sabor. Pide las cocciones lentas y se deja acompañar por salsas y guarniciones.

El animal cuando se caza no termina en el campo su existencia, sino que se prolonga en el comensal y se convierte en parte de él. Cuando tenemos ante nosotros la presa convertida en manjar, para muchos es el instante en que se hacen partícipes de la naturaleza.