Ignác Semmelweis fue un desconocido médico de mediados del siglo XIX. En su época eran muchas las mujeres que morían por parir. Descubrió que la principal causa era la higiene del tocólogo. Llegó a escribir:

"Mi descubrimiento depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho. ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen".

Explicaba que se reducirían muchas muertes de madres si los tocólogos se lavasen las manos adecuadamente.

La comunidad le tacha de charlatán y le despide del hospital donde trabaja. Se queda solo y aislado. Desesperado, demuestra su descubrimiento de manera trágica. En directo, en una de sus sesiones delante de sus alumnos se hace un corte en el brazo con el mismo bisturí contaminado de bacterias que se usa con las parturientas. Muere, como las madres, tres días después.

Pasteur , tras 15 años de este suceso, cuenta este descubrimiento salvando la vida de millones de mujeres. A muchos nos suena Pasteur. Espero eso al menos. A ninguno Semmelweis. Al menos, en el lugar donde murió se ha colocado una humilde estatua con la inscripción: "El salvador de las madres".

Y nos suena Pasteur porque el sistema educativo nos lo enseña. Y debe seguir haciéndolo. Pero creo que prestaríamos mucha más atención a la historia de Semmelweis, y aprenderíamos más en la clase de biología sobre la trascendencia de la microbiología o el significado de la fiebre puerperal. Claro que el docente se debería enfrentar a debates incómodos. ¿Cómo te sentirías si fueses él? ¿Es por su suicidio por lo que hablamos hoy de él? ¿Le entiendes?

Hoy no quiero compartir contigo hasta donde he llegado yo por salvar mis principios. Me da vergüenza. Y más si me comparo con Semmelweis o con Sócrates , por ejemplo.

Y tú, ¿hasta dónde has llegado por salvar tus principios?