La peor pesadilla del Líbano, un contagio de la violencia en otros campos de refugiados, tuvo ayer su primera manifestación. Milicianos de Jund al Sham (Soldados de la Gran Siria) atacaron un puesto militar en Ain Hilue, en Sidón (al sur), el más poblado de los enclaves palestinos del Líbano. Ambos bandos se enfrentaron con granadas y ametralladoras, antes de que un número indeterminado de tropas y tanques reforzaran al Ejército.

Al menos hubo dos heridas y decenas de palestinos huyeron del campo por temor a los combates. Desde su creación en el 2003, este grupúsculo de fundamentalistas afines a Al Qaeda ha chocado esporádicamente con el Ejército libanés y las fuerzas de Al Fatá que controlan el campo. Una preocupación más para el Ejército, que sigue mostrándose incapaz de doblegar a los yihadistas de Al Fatá al Islam (AFAI) en Nahar al Bared (norte).

Al menos, sus mandos tuvieron ayer una buena noticia: la muerte de Abu Riad Ghali, jefe de orientación religiosa del grupo, que cayó en los combates en Nahar al Bared junto a cuatro de sus guardaespaldas, según la propia organización. El Ejército, que sigue atacando, dice haber alejado a los hombres de AFAI de la zona del campo y haber tomado posiciones en su interior.

Cuando todo esto acabe, el Líbano va a tener que afrontar una de sus más complicadas asignaturas pendientes: el desarme de los campos de refugiados palestinos, donde los extremistas islámicos han encontrado refugio aprovechando la autonomía de la que gozan estos enclaves, donde no puede entrar ni la policía ni el Ejército. A finales del 2005, el Gobierno libanés anunció una ronda de negociaciones con las facciones palestinas para abordar el asunto, apoyándose en la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que obliga al desarme de las "milicias libanesas y no libanesas".

Incluso se llegó a un acuerdo nacional, con apoyo incluido de Hizbulá, para comenzar por las bases militares palestinas fuera de los campos de refugiados, como las del Valle de la Bekaa, controladas por las facciones prosirias del Frente Popular y Al Fatá al Intifada. La fragmentación política posterior acabó aparcando el proyecto.

TEMOR A LOS PALESTINOS Como moneda de cambio, Beirut podría ofrecer, según el diputado suní, Misba Ahdab, plenos derechos civiles a los refugiados. Durante décadas, el Líbano se los ha negado, oficialmente para "prevenir su reasentamiento permanente que destruiría su derecho al retorno", según una fuente de la ONU. Pero hay otras razones. Por un lado, el rencor que siente una parte de la sociedad libanesa hacia los palestinos, al considerarlos responsables de desatar la guerra civil. Por otro, darles la ciudadanía supondría quebrar el frágil equilibrio demográfico del país, al añadir al censo 400.000 sunís, una posibilidad que ni cristianos ni chiís quieren aceptar.

El Líbano tiene además un problema: la autonomía de los campos y la pobreza obscena de los palestinos, que está nutriendo a la bestia.