Llevaban los manifestantes varias horas afrontando con piedras y bastones las arremetidas de los agentes antidisturbios en la confluencia de la calle Chadli Kallala y la avenida de Lyon, en el barrio de Lafayette, en pleno centro de Túnez, tras haber cortado la circulación del tranvía con vallas y neumáticos. Los más osados, algunos envueltos con la bandera nacional a modo de capa, iban a la cabeza, dirigiendo los movimientos del gentío e indicando a la muchedumbre --abrumadoramente de sexo varón, aunque con alguna chica de pantalones ceñidos y melena recogida-- cuándo era el momento de embestir y cuándo había que retirarse. Al otro lado de las barricadas, los agentes respondían alternando el lanzamiento de botes de gas lacri- mógeno con el disparo de armas de fuego, sin que nadie acertara a decir hasta entonces si lo hacían al aire o para matar.

De repente, desde la cabecera de la protesta comenzaron a oírse chillidos y alaridos. Era un grupo de cinco o seis hombres que, a empujones, se abría paso con el cuerpo inerme de un joven en volandas.

Herido grave

El muchacho tenía el rostro pálido y presentaba una herida de pésimo pronóstico entre el pecho y el abdomen, visible gracias a que la camisa estaba desabrochada. No se sabía aún si estaba vivo o muerto, pero lo único cierto en aquel momento era que, si se quería tener alguna posibilidad de salvarlo, había que llevarlo de inmediato a un hospital.

Minutos más tarde, otro herido con un balazo en la pierna consiguió entrar en el mismo portal de la misma avenida de Lyon en el que nos habíamos refugiado los enviados especiales de este diario. Tendido en el suelo, respiraba hondo e intentaba mantener la calma, mientras sus compañeros nos imploraban que le lleváramos al hospital, ya que éramos periodistas y pensaban que podíamos circular libremente.

Esta batalla campal no tuvo lugar en regiones alejadas, ni siquiera en los barrios populares de la periferia capitalina. Estos sucesos se produjeron ayer en pleno corazón de la ciudad de Túnez, que durante las horas centrales del día dejó de latir debido a las protestas juveniles. Indignados y decididos a llevar el desafío hasta el final, los congregados alternaban consignas e insultos contra su presidente --"Ben Alí, c´est fini" o "Ben Alí es un sucio cerdo"-- con cánticos patrióticos.

Lejos de permanecer neutrales, los vecinos de ambas arterias urbanas se pusieron del lado de los muchachos y, desde balcones y azoteas, les ofrecían limones y cebollas, frutos ambos que permiten contrarrestar los efectos del gas lacrimógeno. En cuanto los botes dejaban de expulsar humo tóxico, los jóvenes los mostraban indignados para demostrar que estaban caducados. En medio del caos, un individuo comenzó a gritar, apuntando el dedo hacia los policías antidisturbios: "¡Los enmascarados son ellos, no nosotros!". Así, solo se hacía eco de las palabras del presidente Ben Alí, que había llamado a los manifestantes "vándalos enmascarados".