El mismo día en el que se hizo el anuncio oficial del divorcio del matrimonio Sarkozy, Cécilia, la hasta entonces esposa del presidente francés, concedió esta entrevista en la que aborda, con mucho pudor, un amplio abanico de temas: su historia amorosa extraconyugal del 2005, sus dificultades para conciliar vida pública y vida privada y las interioridades de una familia de la que todos los franceses han hablado en las últimas semanas.

--¿Por qué quiere contar ahora su parte de verdad?

--Creo que tengo que explicar porqué no quiero desempeñar la función, si es que tal función existe, de primera dama de Francia; las razones por las que he pedido el divorcio; las razones por las que quiero retirarme de la vida pública. Pienso que debo explicar las razones de mi decisión a los franceses que se plantean todas estas preguntas.

--Acaba de anticipar dos elementos esenciales: su retirada de la vida pública y su divorcio. ¿Qué es lo primordial para usted? ¿Una cosa explica la otra?

--No se pueden disociar ambas cosas. Hace dos años sucedió algo de lo que Francia, por desgracia, está al corriente. Porque al ser una mujer mediatizada por la función de mi marido, todo lo que sucede en mi existencia debe ser explicado. En el año 2005 conocí a alguien, me enamoré y me fui. Quizá un poco precipitadamente visto el contexto, también mediático, en el que vivía en aquella época. He intentado comportarme correctamente y volver para tratar de reconstruir algo, para intentar retornar a los principios a los que estoy habituada, con los que he sido educada. Esta es la razón por la que todo esto ha pasado tan rápidamente, sin que yo pudiera manejar del todo las circunstancias. No hablo desde hace dos años. Sepa que esta vida pública no me corresponde, no se corresponde con lo que soy en lo más profundo de mí misma; soy una persona a la que le gusta la sombra, la serenidad, la tranquilidad. Tenía un marido que era un hombre público, siempre lo he sabido, y le he acompañado 20 años. Este combate ha llegado aquí, lo cual me parece formidable, porque él es un hombre de Estado, es un hombre que es capaz de hacer mucho por Francia y por los franceses. Pero yo pienso que este no es mi sitio. Ya no es mi lugar. Y como suelen decir los periodistas y los cronistas: se ha elegido a un hombre y no a una pareja.

--¿Para usted la ascensión de Nicolas al Elíseo ha sido un poco como el final de un ciclo? ¿Ha cumplido usted, en cierto modo, una misión?

--No. Ahí mezcla usted vida privada y vida pública. Pero lo cierto es que si te casas con un hombre político, la vida privada y la vida pública vienen a ser lo mismo. Es el principio de los problemas. Yo no he cumplido una misión, era un combate que hemos librado juntos. Soy una mujer que se compromete, lo necesito. Necesito probar, sobre todo a mí misma más que a los demás, que soy capaz de hacer cosas. Así pues, durante 20 años, esto ha sido un combate, una lucha, aunque también con momentos interesantes, apasionantes, porque la política es apasionante, junto al que era mi marido. El es como un violinista al que le das un Stradivarius y de repente se le presenta la ocasión de ejercer su arte. Pero por lo que a mí respecta, no es lo mismo: he trabajado a su lado, pero yo no había sido elegida ni lo deseaba. Esta es una de las razones por las que pienso que estaba en un lugar que no me correspondía.

--Sin entrar en su vida privada, ¿puede decirnos algunas de las razones que la han llevado a tomar esta importante decisión?

--Lo que a mí me ocurre les ha sucedido a millones de personas: un día ya no tienes tu sitio en la pareja. La pareja ya no es lo esencial de tu vida, ya no funciona, no marcha. Las razones son inexplicables, le sucede a mucha gente. Esto es lo que nos ha ocurrido. Como tenemos algunos principios, hemos intentado reconstruir, reedificar, hacer que la familia pasara por delante del resto, que esta familia recompuesta de la que todos los franceses han hablado pasara a ser una prioridad, pero ya no era posible. Lo hemos intentado todo, lo he intentado todo. Pero sencillamente, ya no era posible.

--¿Es esta crisis de su pareja lo que explica sus ausencias en distintas ceremonias oficiales, en viajes en los que se la esperaba?

--La crisis no sobreviene de un día para otro. Volví a casa hace un año. Durante un año, he intentado comprometerme profesionalmente, personalmente, pero no siempre ha funcionado. Durante la cumbre del G8, preferí irme porque mi sitio ya no estaba ahí. Si no fui a votar, fue porque no estaba bien, porque no era el momento de mostrarme. Pienso que los franceses pueden comprender que en la existencia hay momentos en que estamos mejor que en otros. Estas crisis pueden llegar a todo el mundo. Así que aquel día preferí no mostrarme, protegerme. Una de las perversiones de mi posición es esta obligación de explicarme sobre el hecho de que necesito vivir tranquilamente, oculta.

--Al mismo tiempo, el hecho de que no se la viera ahí donde se la esperaba ha alimentado este fenómeno que se ha denominado el enigma Cécilia , el misterio Cécilia , por el que se pirran los medios.

--No hay ningún enigma, ningún misterio. Solo hay una pareja que atraviesa una crisis y que ha intentado superarla sin conseguirlo. Y yo soy muy pudorosa, no quiero hacer alarde de ello, hablar en la prensa, ¡explicar cosas que, de hecho, no le conciernen a nadie! Que, además, mi vida privada sea explicada, analizada minuciosamente, con las aberraciones que he podido leer, por supuesto que lo sufro, todo el mundo lo sufriría. Quien le diga lo contrario no dice la verdad. No hay caparazón suficientemente sólido para protegerse de todo esto.

--¿Espera usted, con su decisión, pasar esta página?

--No es que lo espere, voy a pasar página y, sobre todo, ahora voy a intentar vivir discretamente y en la sombra, como a mí me gusta.

--Quizá en su caso no haya misterio, pero parece haber una paradoja: desea apartarse de todo lo relacionado con la mediatización propia de una primera dama de Francia y, al tiempo, ha cumplido usted una misión espectacular en Libia. Aparentemente, un éxito, puesto que ha triunfado ahí donde otros habían fracasado antes que usted: liberar a las enfermeras búlgaras y al médico palestino. Usted sabía que iba a verse muy expuesta a su regreso.

--Hice las cosas sin pensar en las consecuencias mediáticas. En un momento dado, hablé con Claude Guéant, el secretario general del Elíseo, y me dijo: "Salgo hacia Libia". Sentí que podía ayudar, que podía aportar alguna contribución.

--¿Por qué?

--Sentí que podía hacerlo aunque la situación estuviera bloqueada desde hacía mucho tiempo. Le dije: "¡Te acompaño!". El se mostró bastante sorprendido y lo habló con el presidente, que dijo: "Venga, intentémoslo, llévala". Así que fui con él. En el avión, tuve conocimiento del informe, intenté comprenderlo y lo estudié a fondo. Al llegar, me di cuenta de que era posible desbloquear las cosas. Puse en ello toda mi energía. Hice un primer viaje, un segundo viaje, pasé 50 horas discutiendo, hablando, negociando --con unos y otros; a menudo, con unos contra otros-- para intentar obtener la única cosa que me interesaba: sacar de ahí a esas mujeres y a ese hombre. Entienda que les había dado mi palabra, tenía que mantener mi palabra y sentía que podía conseguirlo. Tenía que poner toda la voluntad, todo el corazón, toda la pasión. Lo conseguí y estoy muy contenta. No esperaba nada a cambio y no comprendo esta polémica, porque la única motivación que yo tenía era liberar a esa gente que ha sufrido terriblemente, sacarlos de la prisión. En ningún momento pensé en las consecuencias mediáticas ni en las explicaciones que me exigen que dé, ni en nada parecido. Lo hice con un objetivo humanitario. Eso es todo.

--Nicolas, durante una reciente intervención televisada, ha dado a entender que no se oponía usted a comparecer ante los parlamentarios franceses.

--El ha tomado la decisión de que no compareciera sin hablar