Las bravatas se escuchan en toda la península. La flemática Seúl se ha contagiado de la jerga incendiaria de Pyongyang. El entierro en Seúl de los dos militares muertos en el bombardeo de la isla de Yeonpyeong confirmó que la paciencia se acaba. El jefe del Estado Mayor de la Marina, Yoo Nak-Joon, prometió una venganza "mil veces mayor" que el golpe sufrido, en una emotiva ceremonia a la que asistieron altas personalidades castrenses y políticas. Kim Kwan-Jin estrenó su cargo de ministro de Defensa anunciando que responderían "rápida y firmemente". Soldados jubilados surcoreanos pidieron ayer venganza y quemaron retratos del tirano Kim Jong-Il y banderas norcoreanas.

HUIDOS Lo de Pyongyang es menos noticioso, aunque el comunicado diario de la agencia KCNA empezara con el lamento por la muerte de dos civiles en el ataque (no habló de los militares). Después aclaró que la culpa era de Seúl por usarlos de escudos humanos frente a una base militar. También advirtió de "consecuencias imprevisibles" por las maniobras militares de Seúl y Washington que empiezan hoy en el mar Amarillo.

Ajenos a tanta palabrería, cientos de huidos de la isla de Yeonpyeong sumaban su quinto día en un centro spa en la ciudad de Incheón. Su propietario lo cedió por patriotismo. Yeonpyeong, un pequeño islote donde alternan los militares de la base con pescadores y ganaderos, siempre había sido un paréntesis pacífico en el mar Amarillo.

Aquí llegó Hwang Yeon-Hoc con su marido 60 años atrás, cuando empezó la guerra. Ahí dejó a sus padres, pensó que por unas semanas, pero la división del país le impidió volver a verlos. Pensó que empezaba otra guerra al caer los obuses. Alcanzó uno de los 19 búnkeres y un día después se subió en el ferri sin coger ni una muda.

Los refugiados están bien tratados. Las instalaciones son modernas y limpias, la comida es abundante, hay servicio médico y un cuarto para niños con juegos. En los corrillos se charla animadamente o se juega a las cartas. La fatalidad llevó a Choi Byung-Soo a la isla el martes. Regresaba tras 10 años sin pisarla para enterrar a su padre. Oyó unas detonaciones lejanas. "Creímos que eran los mismos ensayos que oía de pequeño a menudo y seguimos comiendo, pero un minuto después cayeron los proyectiles al lado de mi casa. Era fuego real sobre civiles", cuenta desde el Hospital Qil, donde se recupera de la asfixia. "Los norcoreanos son nuestros hermanos. El único culpable es el que ordena los bombardeos. Ellos son tan víctimas como nosotros", concluye.