La de Afganistán es, en palabras de Barack Obama, una "guerra de necesidad" pero para el presidente estadounidense, cómo librarla es también un examen a su liderazgo, su determinación y sus habilidades como comandante en jefe. Por segunda vez en los ocho meses y medio que lleva en la Casa Blanca, Obama está inmerso en una revisión de la estrategia para ese conflicto. Y si la primera la resolvió con un incremento de 21.000 soldados y un relevo en el mando militar, esta segunda se eterniza por los problemas desatados durante las elecciones presidenciales afganas, el incremento de la violencia y por la intensa lucha partidista en Washington.

La presión para el presidente se intensificó cuando el general Stanley McChrystal, un experto en contrainsurgencia con el que sustituyó al general David McKiernan como comandante en jefe en Afganistán, reveló en un discurso en Londres su opinión --extendida en el Ejército-- de que es imprescindible aumentar la presencia en 40.000 soldados.

El rapapolvo político y militar a McChrystal fue intenso. El secretario de Defensa, Robert Gates, recordó que los civiles y militares que asesoran al presidente en estas deliberaciones deberían hablarle "con franqueza pero en privado". Pero más allá del debate sobre el reto de McChrystal al poder presidencial, sus palabras tuvieron un sonado efecto político, y casi todos los republicanos, y algunos demócratas, hallaron el más firme argumento para hacer reclamaciones a Obama.

CONTENER EL IMPACTO Aunque el presidente ha logrado contener el impacto, pierde cada día un poco de margen para seguir retrasando la nueva estrategia. Y que siente la presión ha quedado en evidencia esta semana: el lunes celebró una reunión con sus asesores militares, tiene previstas para hoy y el viernes dos más sobre Afganistán y ayer --tras un desayuno con su secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su enviado especial, Richard Holbrooke-- mantuvo un encuentro con tres decenas de congresistas de ambos partidos.

Entre los asistentes estaba su rival republicano, el senador John McCain, defensor de reforzar el despliegue, convencido de que si más tropas sirvieron para estabilizar Irak puede pasar lo mismo en Afganistán. También asistía el vicepresidente Joe Biden, a favor de redistribuir esfuerzos y centrarse en Pakistán.

A lo que Obama se niega es a que el debate político acelere una revisión trascendental, especialmente ahora que la violencia se ha elevado un 60% y que, en lo que va de mes, ha causado ya tantas bajas estadounidenses como en todo octubre del 2008. La semana pasada, en una sesión con mandos militares, se presentó con un documento escrito por él en el que planteaba muchos interrogantes. Cree vital responderlos antes de decidir.