Pocos días antes de las primarias de New Hampshire, Joe Biden protagonizó uno de esos momentos de desbordante humanidad que le definen para bien y para mal. Durante un town hall televisado, el candidato demócrata de 78 años le contó al público como logró sobreponerse a la tartamudez que arrastraba de niño con la ayuda de su madre y constantes prácticas de dicción con un libro de Yeats que le había regalado su tío. Aquel momento mágico no pudo salvar la debacle anticipada por las encuestas en New Hampshire. Quinto puesto, peor incluso que en Iowa. Biden ni siquiera se quedó en el estado para esperar a los resultados. Cogió un avión y puso rumbo a Carolina del Sur, donde trató de levantar el ánimo de los suyos con un mitin organizado sobre la marcha en un hotel. No reunió más que media entrada. En solo unos meses Biden ha pasado de ser el indiscutible favorito a la nominación, respaldado por casi todo el establishment demócrata, a estar al borde del K.O. En cualquier caso, el vicepresidente de Barack Obama no piensa tirar la toalla. Aspira a competir como mínimo en Nevada y Carolina del Sur, las dos próximas citas de las primarias y posiblemente su última oportunidad para remontar el vuelo.