El encuentro con Cheikh Ag Baye, líder rebelde tuareg de 58 años, se produce en un desvencijado bar de Kidal, al norte de Mali. Tenuemente alumbrado por unas velas y envuelto en su turbante azul, Ag Baye bebe una cerveza tras otra. Aunque no está precisamente frío, el botellín de Flag es una bendición para la garganta tras un interminable viaje en coche desde Tamanrasset (Argelia), tres días en los que se atraviesa el vasto territorio donde se supone que Al Qaeda mantiene escondidos a los tres cooperantes catalanes secuestrados en noviembre Mauritania.

"No hay tanta gente de Al Qaeda por aquí como se dice en Occidente --sostiene Ag Baye apurando otra Flag, importada de Marruecos-- Hay algunos grupos de salafistas argelinos en las montañas, y son peligrosos. Pero por aquí lo que abunda son los bandoleros, mafias de la droga, delincuencia organizada y armada que a menudo se arroga la marca Al Qaeda para infundir temor. Hay bandas que alquilan los secuestros. Capturan a alguien y se lo venden a Al Qaeda. Pero insisto, hay menos terrorismo fundamentalista del que parece. Desde fuera, cualquier actitud rebelde es tildada de terrorismo. Yo mismo fui llamado terrorista por combatir gobiernos dictatoriales en Mali, defender a mi pueblo o ayudar a la independencia de Argelia".

Los tuareg, etnia dominante en el extenso y despoblado triángulo sahariano formado por Kidal, Gao y Tombuctú, tienen el control de lo que ocurre en el desierto, y no parecen dispuestos a perderlo. Han llegado a combatir a tiro limpio contra grupos islamistas, y en muchas ocasiones --como ahora hace España-- han sido reclutados para mediar en la liberación de ciudadanos europeos. Aunque en Europa tiende a colocarse la rebelión tuareg y el islamismo en el mismo saco, los primeros acaban de rubricar en Argel su compromiso de luchar contra los segundos.

También es cierto que algunos grupos tuareg se han dejado seducir por Al Qaeda en el Magreb Islámico. La historia se remonta al 2003, cuando Amari Saifi, uno de los líderes del antiguo Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC), secuestró a 32 turistas europeos. Un primer grupo fue liberado por el Ejército argelino y el resto, 18 ciudadanos alemanes, fue rescatado en Kidal después de que el Gobierno germano desembolsara cinco millones de euros. Saifi, detenido en el 2004, se mostró espléndido y entregó 70.000 euros a cada uno de los mediadores: comerciantes tuareg y responsables de Mali, militares y civiles. Los islamistas comenzaron a invertir en la zona, comprando voluntades y complicidades. A los nómadas los colmaron de víveres y coches. En una ciudad tan pobre de un país paupérrimo, donde hasta la policía trapichea con la marihuana de las montañas, cualquier ingreso es bien recibido. "Algunos islamistas tomaban esposas tuareg para asegurarse fidelidades tribales. Durante años, el dinero de aquel secuestro inundó la zona y la gente lo cogió por necesidad", dice Ag Baye.

"La cultura tuareg está alejada del integrismo, así que si algunos se han dejado seducir ha sido por razones económicas, no religiosas. ¡Los salafistas no beben cerveza!", bromea el líder tuareg. Animado por el tono de la dialéctica y el efecto de las Flag, Ag Baye decide continuar la conversación en su casa.

De camino, uno empieza a comprender la compleja maraña de intereses internacionales que confluyen en un lugar tan recóndito y polvoriento como Kidal. Justo enfrente del bar está la embajada de Libia, el edificio oficial más lustroso de la ciudad, señal inequívoca de que al panafricano Gadafi no se le escapa la jugada.

Unos metros más adelante, unos ingenieros chinos caminan con unos planos para construir una planta de energía solar. A la altura del mercado, Ag Baye se para con un amigo argelino que le cuenta que una avioneta venezolana cargada de cocaína se ha estrellado 200 kilómetros al sur, y que ha caído, cerca de la mina de uranio de Arlit (Níger), una banda que intentaba introducir en Europa heroína de Afganistán. Y un primo suyo le informa de que el gran líder tuareg Iyad Ag Ghali, el mismo que negoció el rescate de los turistas alemanes en el 2003, acaba de regresar a Mali desde Arabia Saudí, donde ejerce como consejero del consulado maliense en Yedá, para negociar la liberación de los cooperantes españoles Alicia Gámez, Roque Pascual y Albert Villalta.

Por la calle también se ven unos inmigrantes de Pakistán trabajando en una obra. Y un misionero italiano subido a un carro cargado con sacos de harina. "Aquí se ve gente de todo el mundo, menos los estadounidenses, que están pero no se ven", dice Ag Baye mientras abre la cancela de su lujosa vivienda, una de las pocas con muro de piedra que hay en la ciudad. Sabe de lo que habla.

Durante muchos años estuvo casado con una ciudadana de Estados Unidos, una mujer que, según cuenta, apareció un día huyendo del "fundamentalismo capitalista". Aquel matrimonio fracasó --"ella nunca se acostumbró a la vida Tuareg"-- pero a Ag Baye le sirvió para profundizar en la mentalidad americana.

Campos de entreno

En el 2005, los satélites estadounidenses dijeron haber detectado en el Sahel campos móviles de entrenamiento de Al Qaeda. Por entonces, se trataba exclusivamente de salafistas argelinos, repudiados por su propio país después de ganar unas elecciones. La administración Bush, entregada a la exageración interesada o directamente a la mentira --las armas de destrucción masiva de Irak--, difundió que la zona se había convertido en un nuevo Afganistán.

Otras fuentes no lo tienen tan claro. El informe titulado Terrorismo islamista en el Sahel: ¿Hechos o ficción? , publicado en el 2006 por el International Crisis Group, con sede en Bruselas, sostiene: "La franja del Sahel es ante todo un lugar de refugio y una fuente marginal de financiación de los terroristas argelinos. Si Estados Unidos y Europa deben prestarle ayuda no es tanto a causa de la amenaza terrorista --mucho mayor en Somalia, Nigeria y Norte de Africa--, sino de la vulnerabilidad de sus Estados. Consolidarlos y mejorar la suerte de su población es el camino a seguir para reducir la inseguridad".

Curiosamente, y a la espera de lo que decida Barack Obama, la vigente Iniciativa Antiterrorista Trans Sahariana, dotada con 80 millones de dólares anuales, extiende bases militares y forma soldados, pero no va acompañada de ningún tipo de cooperación al desarrollo. EEUU solo tiene un enfoque militar de ayuda al Sahel. Y estratégico: como siempre, el petróleo.

"Ese no es un buen camino --dice Ag Baye, mientras un sirviente subsahariano le rellena el vaso de té--. Los tuaregs sí que estaremos unidos para combatir cualquier presencia armada extranjera en nuestro territorio. Y entonces dirán que somos de Al Qaeda. Para mí son tan intrusos los salafistas como los marines".

Después de cenar pescado, la conversación sigue en la oficina de Ag Baye. Tras el acuerdo de paz del 2007, después de que los rebeldes tuaregs tomaran por las armas Kidal durante unos días, Ag Baye abrió una agencia de turismo, sita en el propio ayuntamiento, con línea de Internet y aire acondicionado. Un grupo de barbudos, seguidores del movimiento Tabligh, acude a Ag Baye para hacer unas consultas. "Aquí no habrá paz nunca mientras la gente sea pobre", suspira una vez que se han ido.

"Es muy difícil saber quiénes son delincuentes y quiénes integristas, porque todos se dedican a traficar.

El turismo está paralizado por los secuestros. Y si hay secuestros, es porque hay pocas alternativas lícitas. Lo triste es que quien viene a ayudar acabe secuestrado".