Horas antes de que concluyeran el pasado 19 de diciembre los seis meses de tregua entre Hamás e Israel, un oficial de Defensa israelí, Amos Gilad, viajaba a El Cairo para reunirse con el jefe de los servicios secretos egipcios, Omar Suleimán. Según el diario árabe Al Quds Al Arabi, con sede en Londres, Suleimán tildó a los islamistas de "banda de delincuentes" y dio a Israel el visto bueno para lanzar una ofensiva "limitada" en Gaza "Hay que ponerle las riendas a Hamás, incluso en Damasco", decía Suleimán en alusión a su líder, Jaled Meshal, exiliado en Siria.

Este episodio refleja el desprecio que sienten muchos de los países árabes hacia Hamás y la compleja encrucijada a la que se enfrentan en esta guerra. Con la televisión árabe saturada de cadáveres de niños palestinos, varias manifestaciones han brotado en El Cairo, Amán, Beirut, Teherán o Damasco. Las últimas, ayer.

Pero Hamás está solo. Parte de la explicación reside en el miedo que egipcios y jordanos le tienen al éxito de los fundamentalistas palestinos. En el aislamiento de los islamistas también pesa la alianza de estos con el llamado eje iraní --Irán, Siria y Hizbulá-- en la guerra fría que vive Oriente Próximo.

Esta profunda división del mundo árabe sirve a los intereses de Israel. "Nuestra gran victoria hasta ahora en Gaza", afirma el analista israelí Hillel Frisch "es la tibia reacción de los países árabes".