En su esperado sermón del viernes (día sagrado para los musulmanes), el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, dispersó las esperanzas de que trataría de abrir una vía política de acuerdo con la oposición y le exigió suspender sus actividades de protesta, después de validar los resultados electorales.

"Las elecciones se deciden en las urnas, no en las calles. Hoy la nación iraní necesita calma". La máxima autoridad religiosa y política del país mantuvo la línea de calificar las movilizaciones de protesta como obra del "enemigo en otras partes del mundo" y advirtió de graves consecuencias para quienes sigan manifestando su desacuerdo con lo que calificó como "victoria absoluta" del pueblo.

"Si hay un baño de sangre, los responsables directos serán los líderes de la protesta", dijo. Hoy se comprobarán los efectos de sus amenazas: hay convocada una nueva marcha de la oposición, la cual ha sido prohibida por el régimen.

AHMADINEYAD, PRESENTE El evento de ayer fue una demostración de músculo corporativo. Tuvo lugar en un espacio cubierto de la Universidad de Teherán que los organizadores llenaron con decenas de miles de personas: religiosos, funcionarios, militares y, no podían faltar, milicianos basijs transportados en autobuses desde pueblos de los alrededores. Fue transmitido en directo por televisión.

En primera fila se sentaba la cúpula política sobre tapetes de oración: el presidente del Ejecutivo, el oficialmente reelegido Mahmud Ahmadineyad, y los miembros de los poderes legislativo y judicial.

El principal candidato opositor, Mirhusein Musavi --quien se hizo notar por su ausencia--, había hecho un llamamiento para que no se produjeran manifestaciones de protesta, el primer día desde las elecciones, como una forma de demostrar respeto a las formas de la República Islámica. Lo hizo el jueves, durante el emotivo acto en memoria de las personas asesinadas por simpatizantes de Ahmadineyad. En este sentido, un grupo de derechos humanos estima que son ya 33, incluidos entre cinco y siete muertos a tiros por los basijs en un asalto al dormitorio de la universidad.

En su discurso de hora y media, el líder supremo de todos los iranís no tuvo tiempo para hacer una pequeña referencia a esos súbditos suyos que ya no tuvieron vida para escucharlo. Los ignoró, pese a lo cual no tuvo empacho en decir que "Irán enarbola la bandera de los derechos humanos". En lugar de mostrar misericordia con las familias de las víctimas, o de pedir al menos que se investigue el papel que han desempeñado los agentes en los ataques contra estudiantes (como hizo el presidente del Parlamento, Ali Lariyani, sí presente), él prefirió divagar sobre cómo los buenos musulmanes buscan paz en sus corazones, en lugar de criticar y cuestionar a la autoridad, e insistir en que hay que confiar en los dirigentes del país, pues la gente común no debe preocuparse demasiado con la política.

Ahmadineyad, añadió, nunca ha dicho una mentira. Es más: dijo que comparte con el presidente electo su visión de la política exterior. Su argumento para refutar la versión del fraude electoral fue impactante: "Si la diferencia fuera de 100.000, 500.000 o un millón de votos, bueno, uno podría decir que el fraude pudo haber ocurrido. Pero, ¿cómo puede uno manipular 11 millones de votos?".

Un problema al que se enfrenta Jamenei es que esa disensión sobre los candidatos se está transformando en un desafío a un sistema que no realiza una mediación eficaz entre distintos sectores y que permite que uno sea aplastado por el otro.